Miércoles, 3 de diciembre de 2014

Publicado el 03 diciembre 2014 por Benjamín Recacha García @brecacha

Parte del manuscrito de la novela en que estoy trabajando. Se me acabó el cuaderno…

Hola, Toni. Aquí estoy de nuevo.

Quiero hablarte de varias cosas. Voy a empezar por la novela que estoy escribiendo. En tu última carta me pediste que te hablara más de ella, y aunque reputados escritores afirman que no hay que explicar nada sobre los proyectos en curso, yo voy a seguir fiel a mis ideas. Los autores independientes tenemos pocas armas para captar la atención de posibles futuros lectores, y creo que una de ellas es ser lo más cercano posible, hasta el punto de implicarlos de alguna manera en lo que estamos haciendo. Es difícil determinar la línea que separa esa voluntad de cercanía del “acoso”.

El spam es algo muy molesto. A mí me ponen muy nervioso esos escritores que se pasan el día bombardeando con sus maravillosas obras de oferta en Amazon. Me cuesta creer que la estrategia les resulte, porque, de hecho, lo que consiguen conmigo es el efecto contrario. Ya sabes que yo tengo una novela publicada, disponible en varias plataformas digitales y librerías físicas, pero soy bastante reacio a hacerme pesado con ello. He optado por una estrategia entiendo que más “amigable” no sólo con los posibles lectores (que me encantaría que fueran millones, por supuesto), sino con la gente que me sigue a través del blog y las redes sociales y que no necesariamente está interesada en mi carrera literaria.

Siempre digo que esto es una prueba de fondo, así que hay que buscar estrategias para captar la atención mucho más consistentes que el spam. En mi caso, y me consta que otros muchos autores hacen algo parecido, he optado por “retransmitir en directo” el proceso creativo. El riesgo es obvio. Yo puedo estar convencido de que lo que estoy escribiendo acabará siendo la novela que quería escribir, pero ¿y si me arrepiento?, ¿y si me doy cuenta de que lo que estoy escribiendo no me lleva a ninguna parte?

Imagino que esas inquietudes son las que llevan a otros escritores a no hablar sobre los proyectos en que están trabajando. Pero yo soy bastante impulsivo y no demasiado prudente. A menudo me pueden las ganas de compartir mis avances, convencido de que en efecto lo son, y hasta ahora la estrategia, a un nivel muy modesto, creo que me está funcionando.

Tengo la impresión de que tradicionalmente a la escritura se la ha envuelto de un halo de actividad superior, casi mística, que al abrirla al público corre el peligro de quedar contaminada. Hay mucha gente que trata el producto literario en proceso de elaboración casi como una reliquia extremadamente frágil que hay que mantener protegida de miradas extrañas. Quizás exagero, pero lo que quiero decir es que en mi opinión es bueno “popularizar” la actividad literaria. Los escritores (en general) somos personas tan normales o tan extrañas como los profesores, arquitectos, cocineros o albañiles. Nuestra actividad no tiene nada especialmente extraordinario, así que hacer partícipe de ella a quien pueda estar interesado en saber de nuestros avances no tiene porqué ser negativo, sino todo lo contrario.

Menudo manifiesto me está saliendo. Prometo que no ha sido premeditado. En fin, que todo este rollo pretendía ser una simple introducción a lo que realmente quería decirte: ayer vi nítidamente cómo acaba la novela. La revelación la tuve en el lugar donde me han surgido las mejores ideas, tanto cuando escribía El viaje de Pau como ahora: la ducha. Y no sólo vi el final, sino cómo llegar hasta él y hacer converger las dos tramas que tengo abiertas. Nunca diez minutos fueron tan productivos, jajaja.

¿A ti te pasa? Apuesto a que las mejores ideas para tus relatos no las tienes con un boli en la mano o sentado frente a la pantalla.

Sigo escribiéndola a boli, casi siempre por las mañanas. He conseguido una buena regularidad, de seis o siete páginas de cuaderno diarias. Ahora vuelvo a tener un buen puñado para pasar al ordenador, pero ya he decidido que voy a continuar así hasta el final. Cada mañana antes de seguir avanzando reviso lo escrito el día anterior, lo que me lleva a hacer las primeras correcciones. Cuando lo vuelco en el ordenador hago una corrección más completa, que normalmente supone cambiar frases, eliminar algún párrafo, y a veces también añadir algo nuevo. La revisión definitiva la dejo para el final, y luego mantengo la idea de recurrir a alguien externo para que acabe de pulirla. Sobre esto, he empezado a pensar en la posibilidad de “fichar” a lectores críticos a través de una acción de promoción en las redes sociales, pero tengo que madurar la idea.

Quería hablarte de otra cosa. Ya hemos tratado en otras cartas y posts el tema de la publicación. El hecho de que las plataformas digitales de autopublicación hayan puesto al alcance de cualquiera ofrecer su obra a millones de lectores potenciales ha tenido como una de sus consecuencias (en mi opinión más odiosas) la proliferación de pseudoeditoriales que ofrecen la opción de publicar a través de ellas. Hay mucho ingenuo que cree que colgar su manuscrito en Amazon le va a reportar la gloria eterna, de forma que está predispuesto a dejarse camelar por esas fábricas de producción de desengaño a escala industrial. El otro día contactó conmigo una de ellas a través de Twitter. Creo que ya has visto la captura de imagen porque la colgué en Facebook:

Hace unos meses recibí un tuit parecido. Entonces contesté algo así como “¿Cuánto pagáis de adelanto y qué porcentaje ofrecéis sobre las ventas?”. Van a saco. Supongo que les da igual que una parte de los destinatarios se sientan ofendidos, como es mi caso, porque si de cada mil tuits pican dos o tres incautos ya les compensa. ¿De verdad que los aspirantes a próximo Dan Brown no se dan cuenta de que “sin pagar nada por adelantado” implica que habrá que pagar tarde o temprano?

Es evidente que publicar un libro cuesta dinero. Si no contamos con una editorial seria que lo haga la autopublicación es una salida muy digna, pero hay que saber a quién y para qué vamos a pagar. Sinceramente, los espabilados que envían tuits masivos no me parecen una elección inteligente. Después llegan los lamentos: “Pagué 2.000 euros por 200 libros y cuando me los entregaron se olvidaron de mí”. ¿Y qué esperabas, que te hicieran una campaña de promoción en televisión a nivel mundial?

Estos últimos días he leído por fin el estudio ‘Autores independientes: la irrupción de la revolución indie, elaborado por el portal Dosdoce.com en colaboración con Biografías Personales. Te sonarán porque fueron quienes me invitaron a participar en la última edición del salón Liber precisamente para hablar sobre mi experiencia como autor independiente.

Es un trabajo muy interesante, sobre el que ya escribí cuando lo presentaron en Barcelona. Ahora he podido leerlo detenidamente. Lo más destacable es la novedad que representa, pues no hay documentos parecidos en español, dado el poco respeto que hasta hace bien poco se ha tenido en este país por la autoedición/autopublicación, cuando la realidad es que en el mundo anglosajón representa una cuota muy jugosa del mercado editorial. En España, como casi siempre, las revoluciones acostumbran a llegar más tarde, pero la literatura independiente es un fenómeno en imparable crecimiento y también aquí acabará por superar los prejuicios absurdos de editores y lectores.

Me ha llamado la atención, por lo evidente y, sin embargo, poco tenido en cuenta, de la reflexión de la escritora croata Dubravka Ugresic, que recoge el estudio, acerca de la baja autoestima de un buen número de escritores: “Cuando un escritor no está seguro de serlo, su sentido de la profesión no puede ser real. Así pues, ¿cómo pueden cobrar por sus esfuerzos literarios? Para este tipo de personas el dinero es como un regalo”.

La reflexión sirve lleva a los autores del trabajo a plantear una situación que en cualquier otra profesión sería ridícula: “No podemos quitarnos la imagen del escritor solo en su casa, frente al ordenador, poniendo el punto final a su manuscrito para entregarlo a los editores y, a partir de ese momento, dejar de tener algo que decir con respecto a su obra. Parece que no es consciente aún de que él es el creador de contenido y de que, como tal, ya es hora de que se empodere y piense en el editor, el agente y las plataformas de lectura y edición no como aquello por lo que hay que pasar o a quien hay que recurrir para cumplir un sueño pero sin tener ningún tipo de control o de relación entre iguales, sino como las personas que pueden ayudarle a llegar más lejos”.

Relación entre iguales… Interesante. Mi trabajo es tan valioso como el de cualquier otro profesional y, por tanto, no estoy dispuesto a regalarlo, ni mucho menos pagar por que me lo publiquen. Yo sí tengo autoestima. Sí creo en la calidad de lo que hago, así que quiero ejercer control sobre ello. El fracaso no es no encontrar una editorial que apueste por mí, sino aplaudir con las orejas por aceptar la limosna de alguna de ellas. No quiero un contrato de mierda (parafraseando al director de la principal agencia literaria en español).

‘El viaje de Pau’, contento en la librería Consumició obligatòria.

Sigo pensando que la honestidad y el trabajo acaban teniendo recompensa. Estas últimas semanas he vuelto a comprobarlo. El viaje de Pau vuelve a estar a la venta en una librería de Barcelona, en el barrio de Gràcia. Se llama Consumició obligatòria. Es una librería de viejo donde han reservado un espacio para los “indies”. Sus impulsores tienen muchas ganas de hacer cosas interesantes, incluidas, por supuesto, las presentaciones de esas obras que aún otras muchas librerías continúan repudiando por no llevar un sello editorial. Ya hemos hablado de organizar una nueva presentación de mi primera novela en enero y, si todo va bien, en abril repetiré en Gràcia con motivo de la Diada de Sant Jordi.

Ha habido más cosas, como la entrevista para la Asociación de Escritores Noveles, y otra que me hace incluso más ilusión, no por la difusión, que va a ser mucho menor, sino por lo sorprendente. Hace unos días me envió un email una estudiante de Periodismo de la Universidad Carlos III de Madrid en el que me explicaba que está preparando un reportaje sobre los nuevos escritores y me proponía responderle a unas preguntas. Por supuesto, acepté encantado. No es algo en lo que uno piense cuando decide ponerse a escribir novelas. Ya había aparecido en varios medios importantes, pero que una estudiante me haya elegido entre el océano de escritores que empiezan es muy halagador.

Pequeñas cosas que le hacen creer a uno que los pasos que va dando son firmes, que las decisiones que toma y la forma de trabajar van dando sus frutos. Y si a eso le añadimos que de vez en cuando hay gente de la que me voy encontrando por la blogosfera que me pide que le envíe mi libro o que me dice que lo ha descargado, la sensación es aún más positiva.

He sobrepasado las 1.800 palabras. No está mal, y me he dejado varios temas pendientes. Así tengo material para la próxima carta. Ahora te toca a ti hablarme de tus avances. ¿Qué tal el curso de guión? Tengo uno de tus últimos relatos a medio leer. De esta semana no pasa que caigan los dos. Ya te contaré qué me han parecido.

¡Un abrazo!