¿Qué pasa?, dijo el hombre.
Nada.
Encontraremos comida. Siempre encontramos algo.
El chico guardo silencio. El hombre le observó.
No se trata de eso, ¿verdad?
Da igual.
Dímelo.
El chico desvió la mirada carretera abajo.
Quiero que me lo digas. No pasa nada.
El chico negó con la cabeza.
Mírame, dijo el hombre.
Se volvió y le miró. Parecía que hubiera estado llorando.
Habla.
Nosotros nunca nos comeríamos a nadie, ¿verdad?[1]
Los personajes se lanzan a un éxodo donde migrar se convierte en una oportunidad de supervivencia ya que los lugares más seguros que creen tener, en medio de toda la desazón y la preocupación, deben ser abandonados pronto para no quedarse en un sitio que no les fortalece de ninguna manera. Su objetivo es llegar al Sur. Ese viaje por la carretera en donde ha desaparecido todo rastro de vegetación invoca pequeños recuerdos que se crean como una luz en medio de ese atolondrado frío. Hasta las aves aparecen solo para migrar a otro lugar. Esa carretera sigue siendo un espacio de tránsito donde inconscientemente muchos viven a diario ese peregrinar que los mantiene con un rumbo concreto: llegar.
En The Road el viaje no es una tragedia para el hijo, es una tragedia para el padre, ya que el hijo nació en ese mundo desolado. El personaje mantiene viva la ilusión porque eso es lo que le permite avanzar y salir. Su ánimo es mostrarle al hijo que existe otro entorno distinto al que viven. Los obstáculos no solo son físicos sino mentales y eso es lo que obliga a que ese desplazamiento le cuestione sobre ¿hacia dónde van? ¿a dónde llegaremos? ¿podemos confiar en los demás? El viaje del que habla McCarthy es un viaje diferente a las novelas de viajes y travesías, aquí abunda la memoria, la identidad y sobre todo lo angustioso que es ir por el mundo en busca del otro o posiblemente no toparse con el otro, por temor. Este viaje por la carretera funciona como la metáfora de la vida: seguir hasta agotarse.
[1] McCarthy, Cormac. The Road. Colombia: DeBolsillo, 2013, 89
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