Miguel de Unamuno

Publicado el 27 diciembre 2018 por Monpalentina @FFroi
El 31 de diciembre de 1936, con 72 años, moría Unamuno en Salamanca, en su casa, sentado frente a la camilla familiar. Según cuenta su nieto mayor, Miguel Quiroga de Unamuno, su abuelo se encontraba conversando con una visita y su interlocutor olió a quemado en la habitación: eran las zapatillas de don Miguel, que se quemaban en el brasero...

Un ataque cerebral fue la causa inmediata de su muerte, pero en realidad moría de amargura, cansado y con un profundo dolor al ver cómo España se teñía de rojo, cinco meses después de haber comenzado la guerra civil.
Este cansancio se adivina en el epitafio que quiso que pusieran en su tumba:
Méteme, Padre Eterno, en tu pecho,
misterioso hogar,
dormiré allí, pues vengo deshecho
del duro bregar.

De su amargura da buena cuenta la carta que escribió a Lorenzo Giusso, periodista italiano, cuarenta días antes de su muerte:
Esto es un infierno; el que se adhiere al uno o al otro bando, ha de ser sin condiciones y sin piedad (...) tan salvajes como los ”hunos” son los “hotros”, en esta guerra sin cuartel, sin piedad, sin humanidad y sin justicia...

Y es que Unamuno, como el resto de sus compañeros de la Generación del 98, amaba a España apasionadamente, y con pasión sentía sus problemas (“me duele España en el cogollo del corazón”), dijo en una ocasión.
Los escritores del 98 no cayeron en el resentimiento, sino que transformaron la derrota frente a Estados Unidos en meditación sobre España, y el deseo de regenerar la patria hundida tras el desastre hizo que estos intelectuales propugnasen medidas tendentes a una toma de conciencia por parte de la sociedad para un cambio radical, redactando incluso un Manifiesto en 1901. Sin embargo, no tardaron mucho tiempo en darse cuenta de la imposibilidad de realizar sus sueños, ante el inmovilismo y la apatía de la gente (“la falta de curiosidad por las cosas del espíritu”, como dijo Azorín, así como también la falta de jóvenes comprometidos, y el triunfo de “la España de charanga y pandereta” frente a aquélla otra “España implacable y redentora” que apuntó Machado.
Sin embargo, fueron Unamuno y Machado los que continuaron luchando activamente para despertar a los españoles de su modorra secular. Unamuno tuvo dos grandes preocupaciones, que llenaron su vida y su obra: la preocupación por España y el tema religioso, presentes en todas y cada una de sus declaraciones, igual que su espíritu contradictorio y deseoso de lucha interior.
Respecto al primero de los temas, sus esperanzas iniciales estuvieron puestas ideológicamente en el socialismo, al que consideraba la única solución capaz de humanizar la sociedad y dar a todos las mismas oportunidades. Sin embargo, en 1895 en carta dirigida a Clarín, se mostraba desengañado y manifestaba su deseo de que el socialismo se humanizase, marchitase su dogmatismo y dejara de centrar su preocupación en el factor económico.
Y así, sus iniciales ideas socialistas y anarquistas dieron paso sucesivamente a posturas inconformistas ante la monarquía, la dictadura, e incluso ante la propia república.
Sus ataques a la dictadura de Primo de Rivera le costaron el destierro a la isla de Fuerteventura, y cuando la república triunfó, sintió una gran esperanza que pronto se convirtió en desengaño, al ver que las libertades por las que tanto había luchado se transformaban en intolerancia (No daré más vivas a la república mientras no pueda dar también vivas al rey, a cualquier rey... Y esto lo decía un hombre que nunca fue partidario de la institución monárquica).
Cuando después de 1931 comenzó a comprobar cómo eran quemadas algunas iglesias y se asesinaba a religiosos, Unamuno sintió una gran congoja que le dictó estas palabras:
...Esas miserables turbas que queman iglesias, destrozan imágenes, asesinan curas y frailes, no lo hacen por ateísmo. Lo hacen por desesperación. Desesperados de no poder creer, de no acertar a creer en algo. Lenin les dijo que la religión es el opio del pueblo, pero ellos sienten necesidad de opio; y a falta de él, se emborrachan con sangre y con fuego.

No es de extrañar, pues, que cuando comienza la guerra civil, tema los más negros presagios e intente un utópico acercamiento a las principales figuras del levantamiento militar. La entrevista tuvo lugar con José Antonio Primo de Rivera en Salamanca, y fue muy poco comprendida por casi todos, e incluso por él mismo poco tiempo después.
En realidad, fue un intento casi desesperado de buscar una solución para el problema de España. Esta conversación, que le costó ser destituido de su cargo de rector y restituido en él por Franco al poco tiempo, muy pronto se vio invalidada al ver cómo aquéllos en los que había puesto sus esperanzas eran tan salvajes e intolerantes como los otros; y los métodos que empleaban para su obra salvadora, “ni eran civilizados ni occidentales, ni mucho menos cristianos”.
Y llegó la apertura del curso académico el 12 de octubre de 1936, y el enfrentamiento con el general Millán Astray, al oír que éste profería la triste y famosa frase “¡Muera la inteligencia!”.
A partir de aquí, Unamuno apenas salió de su casa, en la que permaneció custodiado por un policía que lo seguía a respetable distancia, mientras veía cómo España se hundía más y más en el odio y en la muerte.
En realidad, “Unamuno fue un valiente que plantó cara a todos”, en palabras de Antonio Machado, que al estallar la guerra afirmaba no estar a la izquierda ni a la derecha; un hombre que quiso fundar el “Partido de la Cultura”, y que fue recluido en su casa al final de su vida, cuando  aquella “epidemia de locura” y aquella “guerra incivil” , como él decía, había comenzado a asolar España.
Por otro lado, Unamuno miró con inmenso amor la tierra castellana, como sus compañeros de generación, encontrando en ella la completa identificación con su espíritu. A Salamanca concretamente, dedicó páginas increíblemente intensas, y en el campo castellano por el que solía pasear (para “digerir” sus lecturas), vio Unamuno la sustancia de la verdadera historia:
“Los periódicos nada dicen de la vida callada de millones de hombres sin historia, que se levantan a una orden del sol y van a sus campos a proseguir la oscura y silenciosa labor, cotidiana y eterna, labor que echa las bases sobre las que se alza la historia”.

Otro gran tema íntimo que acompañó a Unamuno hasta su muerte fue el tema de Dios, o mejor dicho, su deseo desesperado de creer en la inmortalidad. Particularmente difícil resultaba esta cuestión para un hombre contradictorio como él, que “pensaba con el corazón y sentía con la cabeza”, y que hacía suya la frase de Descartes modificándola (Siento, luego existo... ).
La cuestión fundamental era que le resultaba imposible acceder a la existencia de Dios por vía intelectual, mientras que sí se le revelaba por el sentimiento.
De esa lucha entre su cabeza y su corazón nace una fe viva y angustiosa que tiene la huella indiscutible del filósofo danés Sören Kierkegaard, y que rechaza el ritualismo y la comodidad pasiva como elementos contrarios a la auténtica fe.
Educado en la más estricta ortodoxia católica, tuvo deseos juveniles de misticismo, y sufrió su primera crisis de fe en 1897, volviendo a caer en 1907 en una profunda depresión y en una angustiosa y agónica lucha consigo mismo y con su razón.
Miguel de Unamuno y Jugo de Larraz, fue bilbaíno de nacimiento aunque se consideró siempre como “español de origen vasco”. Nació en 1864 y cuando tenía nueve años padeció el sitio de Bilbao por las tropas carlistas, hecho que quedó grabado para siempre en su memoria. A los dieciséis años se trasladó a Madrid, donde estudió Filosofía y Lenguas clásicas y se doctoró.
Autodidacta, llegó a poseer una cultura extraordinaria, y manejaba hábilmente numerosas lenguas: árabe, japonés, italiano, francés, vasco, catalán, gallego, portugués, hebreo, sueco, latín, castellano, noruego, alemán, inglés, danés y griego.
Desde muy joven reaccionó contra el convencionalismo de su formación religiosa, y también contra el estrecho patriotismo vasco, queriendo descubrir una patria más amplia en la España con la que soñaba.
Su matrimonio con Concha Lizárraga fue tal vez la página más feliz de su vida, hasta el punto de que cuando ella murió, pocos años antes que él, Unamuno quedó destrozado
Fue ella? ¿Fui yo quién se murió? Yo no sé quién era yo, ni quién era ella ¡pobre de mí!

En 1891 obtuvo la cátedra de griego en la Universidad de Salamanca, y el contacto con esa ciudad fue tan decisivo para él, que ya no sintió el deseo de volver a vivir en su tierra natal, dedicando a la ciudad castellana numerosos poemas llenos de amor que muestran una identificación poco común entre un hombre y una tierra:
Cada vez que os hablo de mí, os hablo de Salamanca. Si hay algo en mí que os guste, a ella se lo debo.

Y también:
Pregona eternidad  tu alma de piedra
y amor de vida en tu regazo arraiga. 
...Y cuando el sol al acostarse encienda
el oro secular que te recama, 
con tu lenguaje, de lo eterno heraldo, 
di tú que he sido....
Designado rector en 1901, fue desterrado a Fuerteventura en 1924; pasó luego a Francia hasta que en 1930 regresó triunfalmente a España al caer la dictadura; fue elegido diputado a Cortes de la nueva República, aunque sin pertenecer a ningún partido político.
Desencanto, crítica, angustia y aislamiento serán las fases por las que irá pasando Unamuno, hasta que un ataque cerebral puso fin a su larga lucha el 31 de diciembre de 1936.
Pensador, ensayista, novelista, poeta, dramaturgo y periodista prolífico, fue Unamuno también profesor universitario, rector, diputado, y también hubo en él algo de profeta.
Ortega y Gasset, con el que no siempre estuvo de acuerdo en sus ideas sobre España, manifestó al morir don Miguel: La voz de Unamuno tronaba sin cesar por los ámbitos de España. Temo que desde ahora padezca España atroz silencio...
Entre lo último que escribió, figuran algunos poemas que compuso en Palencia, a donde acudió repetidas veces a casa de su hijo mayor, que era arquitecto municipal entonces. Estos poemas tienen un tono amargo y premonitorio que recuerdan los versos de Jorge Manrique: cómo se pasa la vida, / cómo se viene la muerte / tan callando...
Camino va de la noche
–tras el horizonte está-
va cantando en el camino
para las penas matar
...la muerte se va viniendo 
según la vida se va
                                     

Sección para "Curiosón" de Beatriz Quintana Jato.