Hay pocos escritores españoles que se acerquen a la novela negra con un mundo tan definido y tan atrayente como el que nos presenta Miguel Mena en las dos novelas negras que ha escrito. Ya en la primera, Días sin tregua, dibujaba un país y un estado de ánimo con tanto acierto y tanta verdad que no pude sino alabar su precisa inteligencia y su medida emoción, su ritmo preciso y propio, así como la creación de un personaje inolvidable: el inspector Mainar. Que regresa en esta obra y se mueve por la España del año 1992 -el del ansiado Mundial de Fútbol, los muchos atentados terroristas y las organizadas acciones de los jóvenes fascistas nostálgicos de un franquismo que no acababa de desaparecer- con la misma paciencia, la misma mirada tolerante y despierta, astuta y noble que ya le conocimos y que le sirve para no equivocarse demasiado, no dejar de ser un honrado policía en los mejores ni en los peores momentos -ni por exceso ni por falta-, aunque pasa por una situación personal delicada y se encuentra trabajando en Málaga, lejos de su hábitat natural. Me recuerda Mena al más afortunado Juan Madrid, tanto por la temática como por el estilo sencillo, barojiano, absolutamente transparente, al servicio de la historia y de la realidad de lo que se está contando, que es lo principal en este libro cuyo autor hunde sus manos en un período espinoso de nuestra historia reciente no para ajustar cuentas desde un bando, sino para acercarnos con algo parecido a la comprensión y el sano optimismo a los espacios aún vivos y reconocibles de nuestra vida cercana, que a algunos siguen importándonos y reivindicamos como lugares aún recorribles y aún generosos para la buena literatura y la meditación seria. Todas las miradas del mundo es la novela de un autor maduro, sosegado y sabio que no se deja enredar por las modas ni por el uso y abuso de las historias negras epigonales y cuenta una historia que tocará de cerca a cualquier lector que entre sin prejuicios en su libro, dispuesto a saber y a cambiar de opinión, dispuesto a considerar la historia de nuestro país tan atrayente como la de los Estados Unidos o la de Francia o la de Alemania, dispuesto a mirarse en el espejo y en las esquinas del espejo, dispuesto a tener en sus manos y en su mente un material aún tierno, muy moldeable, que solo novelas como esta, que apuestan de una manera tan firme por la auténtica realidad, logran sostener en alto.
Hay pocos escritores españoles que se acerquen a la novela negra con un mundo tan definido y tan atrayente como el que nos presenta Miguel Mena en las dos novelas negras que ha escrito. Ya en la primera, Días sin tregua, dibujaba un país y un estado de ánimo con tanto acierto y tanta verdad que no pude sino alabar su precisa inteligencia y su medida emoción, su ritmo preciso y propio, así como la creación de un personaje inolvidable: el inspector Mainar. Que regresa en esta obra y se mueve por la España del año 1992 -el del ansiado Mundial de Fútbol, los muchos atentados terroristas y las organizadas acciones de los jóvenes fascistas nostálgicos de un franquismo que no acababa de desaparecer- con la misma paciencia, la misma mirada tolerante y despierta, astuta y noble que ya le conocimos y que le sirve para no equivocarse demasiado, no dejar de ser un honrado policía en los mejores ni en los peores momentos -ni por exceso ni por falta-, aunque pasa por una situación personal delicada y se encuentra trabajando en Málaga, lejos de su hábitat natural. Me recuerda Mena al más afortunado Juan Madrid, tanto por la temática como por el estilo sencillo, barojiano, absolutamente transparente, al servicio de la historia y de la realidad de lo que se está contando, que es lo principal en este libro cuyo autor hunde sus manos en un período espinoso de nuestra historia reciente no para ajustar cuentas desde un bando, sino para acercarnos con algo parecido a la comprensión y el sano optimismo a los espacios aún vivos y reconocibles de nuestra vida cercana, que a algunos siguen importándonos y reivindicamos como lugares aún recorribles y aún generosos para la buena literatura y la meditación seria. Todas las miradas del mundo es la novela de un autor maduro, sosegado y sabio que no se deja enredar por las modas ni por el uso y abuso de las historias negras epigonales y cuenta una historia que tocará de cerca a cualquier lector que entre sin prejuicios en su libro, dispuesto a saber y a cambiar de opinión, dispuesto a considerar la historia de nuestro país tan atrayente como la de los Estados Unidos o la de Francia o la de Alemania, dispuesto a mirarse en el espejo y en las esquinas del espejo, dispuesto a tener en sus manos y en su mente un material aún tierno, muy moldeable, que solo novelas como esta, que apuestan de una manera tan firme por la auténtica realidad, logran sostener en alto.