El cantaor catalán envuelve la plaza del Falla de magia, pasión y novelería, ante un público que llena el recinto y los alrededores, en una noche memorable de coplas y compás, que cierra con un guiño torero
En lo mejor del querer, Miguel Poveda dibuja una confesión en el aire: “Qué ganas tenía de volver a Cádiz. Amo Cádiz. Está más bonita que nunca. Hoy me paseé por sus calles, me bañé en en La Caleta. Os quiero devolver la energía que Cádiz me ofrece siempre”. Y firma una velada inolvidable. Lleno total en el recinto, mucha gente en los alrededores del Falla, en las escaleras y ventanas de Medicina, en los balcones, en los partiditos y en las azoteas. Buscando un cuelo sentimental. Integrado todo quisque en el espectáculo. Poveda conquista la noche gaditana , recuerda por alegrías sublimes a Chano Lobato, La Perla, Pericón, Aurelio, arroja tirabuzones sobre el olvido, con el caray, y el público da patás en el suelo, casa el dolor con el placer y hasta los cortes suenan a gloria.Perfumes de domingo, trajes de fiesta, ceniceros en la calle. Poveda tiene poder. Canta con clase, pasión y vehemencia, mil registros, elegancia y complicidad. Otro catalán del sur, mira tú qué gracia, cuyo quejío envuelve el Falla de magia, sin forzar. Sonido perfecto. Mil sentidos en el firmamento quieto. Laberintos sin razón y una banda de postín dirigida por el prestigioso Joan Albert Amargós, el jazzista y músico sin fronteras que debutase décadas atrás en Música Urbana, rock catalá y ahora copla universal. La orquesta se corona merced a la profundidad de la violinista Olvido Lanza, el gran Chicuelo a la guitarra, los palmeros jerezanos Carlos Grilo y Luis Canterote, Paquito González a la percusión, Antonio Coronel a la batería y Guillermo Prats y Julián Sánchez al contrabajo y trompeta. Poveda reinventa la copla de novelería de Quintero, León, Quiroga, Solano y compañía, dota de aires de tango a Rocío, borda relatos con desenlace incierto, afuera parece una Feria, Miguel brinda compromiso y riesgo, la trompeta a lo Sketches of Spain, el tributo de Miles Davis a la España profunda, canta a la pena negra, a historias de desamor, postigos, cancelas y quicios. Swing y compás, rosa sin tallos, cárcel de brazos, la voz de Poveda por abajo y por arriba, con pasmosa naturalidad. Hay gente que aplaude sin ver. A ciegas, como la copla de la peli de Almodóvar. María de la Yerbabuena, que siempre gusta de decir la última palabra, “obliga” al artista a despojarse de su chaqueta. “¡Qué arte! ¡Viva tu madre!” Poveda se muestra expresivo y elocuente, la Bien Pagá se pone flamenca, vellitos de punta, la imaginería andaluza, el frenesí de los celos, las bombas de los fanfarrones. “Cádiz tiene solera, la madre del cante, con Jerez de la Frontera”. La Viña, el Mentidero y San Juan de Dios, supertirititrán al rescate de la ciudad nunca terminada. La del futuro imperfecto. Poveda se crece, Chicuelo lo borda, Amargós sonríe, el talento ni se vende ni se traspasa, alguien exclama: “¡Tienes más voz que cuerpo!”, Miguel dedica una rumba a la sobrina de la Pantoja, presente en la plaza. Luego confiesa su pasión por Farina, dedica el repertorio al público asomado a los balcones. Clama contra el maltrato a las mujeres, recorre la senda del viento, desgrana un popurrí con fragmentos de ‘Dime que me quieres’, ‘Y sin embargo te quiero’, ‘Vino amargo’ y ‘Esta pena es mía’, mantiene la tensión dramática en todo momento y habla sobre la libertad y el respeto, la libertad “con todas las consecuencias” y amaga con irse recordando la rumbita que cantó Camarón, montado en una moto, en la película Casa Flora, a la sazón ‘Sere Serenito’. Por la gloria de Cotón. Atrapando emociones en el aire. Y a la postre, antes de cerrar la noche con ‘Alfileres de colores’ y ‘Te lo juro yo’, el artista cuelga un cartel que dice “Prohibido prohibir”. Torero. Mil metáforas.