Lo nuevo sin sombra aguarda en la poesía, escribe Miguel Veyrat al final de Esperanza en tierra, uno de los poemas centrales de Poniente, el libro que acaba de publicar Bartleby con prólogo de Antonio Crespo Massieu, que lo define como una obra que contiene “la dignidad de una vida, la pasión por la libertad, la herencia conquistada y la fe en la palabra poética.”
En ese verso cabe el universo poético de Miguel Veyrat, en cuya voz resuenan dos ambiciones, la órfica y la prometeica, para dar lugar a una poesía que en este libro tiene una de sus cimas expresivas, hermana de aquella otra lírica atlántica que Juan Ramón Jiménez compuso desde la orilla americana.
Luz y fuego, memoria y palabra, búsqueda y revelación, conciencia y experiencia, tradición y libertad, vida y escritura son algunas de las claves temáticas y estilísticas que cifran el mundo poético de Miguel Veyrat, en ese crisol de voces que se conjuran en la voz personal que las funde y las revive en una tonalidad nueva.
Es la poesía como conocimiento de la llama, como fanal que alumbra en lo oscuro, la palabra como revelación pero también como rebelión ante la injusticia, el dolor, la muerte o el olvido, como en El poeta se lamenta de los objetos enterrados:
Hoy te altera aquella Némesis tan fría
que dejó anunciada su visita
en los ojos de tu infancia
solitaria. Como presagio que advierte
la inminencia insaciable
de la sombra, dispara voces
y levanta torbellinos de raíces
hundidas en tu frente. Aúlla violenta
en las esquinas de los muertos
violados antaño por el odio
contra el secreto encalado de
las simas —pedregal de viejas cosas
que hoy reclaman un nombre
a la memoria. Antígona
yace deshabitada y desnuda
en el arroyo negro de togas y sotanas.
En nueve partes se organiza este Poniente. Son nueve momentos que articulan un proceso poético, cognitivo y vital que es búsqueda del fuego y del sentido del mundo, viaje de la sombra a la luz.
Y así, desde el caos primordial el tiempo se hace círculo de eterno retorno, diálogo entre la luz y el fango, sucesión del poniente y la aurora, vuelo del pájaro entre el jardín y el océano, encuentro entre el ser individual y la sustancia del mundo.
Ese proceso de fusión se resume ejemplarmente en Luz que vee, otro de esos poemas que contienen no sólo la esencia de este Poniente, sino el mundo poético de Miguel Veyrat:
Cuando el viento que siembra
estrellas
penetra un verbo que agita
el lenguaje entero,
vibra el orden
de todo el universo.
Traspasa audaz los poros
del vaso de mi cuerpo
—cal sobre cobalto
inscrito en los poemas.
Respiración de brasas
en cada meteorito errante.
Palabra sin pausa,
creada en recintos impuros
de imposible retorno.
Edad siempre por venir:
Noche sin poniente,
memoria
de un día que golpea
o palpita —flámula
ciega, todo sentido a un tiempo.
Están resumidos en esos versos los núcleos de la obra, visionaria y telúrica, de Miguel Veyrat, “el estupor y el misterio, la fraternidad humana, el espanto y el éxtasis, que sobrevuelan por sobre la superficie de lo explicable a la luz pobre de la lógica discursiva”, como destacó Prieto de Paula en el prólogo de La puerta mágica.
Santos Domínguez