¿Cómo pudo entonces llegar a gustarme tanto? Una clase de informática tuvo la culpa. Me explico. En segundo de B.U.P tuve que enfrentarme a la encrucijada de elegir, como asignatura optativa, entre dibujo e informática. Como la torpeza manual de servidor de ustedes es ancestral y unánimemente conocida, opté por elegir la asignatura de informática. Lo cual me aprovechó bastante para saber… Que con la informática soy igual de torpe (soy de los que hoy día cuando oyen la palabra “nube” piensa en estratos y cumulonimbos y no en subir cosas a no sé dónde). El asunto está en que la parte sustancial de la asignatura consistía en aprender a programar en QBasic. Cuando el profesor nos ponía un problema y nos daba tiempo para resolverlo (a base de sentencias informáticas) solía poner de música de fondo un disco que poco a poco iba introduciéndoseme más y mejor que el dichoso lenguaje de programación. El profesor era un tipo iracundo y mal encarado, así que tuve que indagar solapadamente qué era aquello que estaba sonando. Respuesta: “Tubular Bells II” de Mike Oldfield. Era el curso 96-97 y de este modo fue cómo Mike Oldfield se convirtió en todo un artista de cabecera para mí.
Y no fue baladí; la obra de Mike Oldfield me ayudó a abrirme a otros tipos de música, como el rock progresivo y sus amplios desarrollos instrumentales. No puede jurarlo, ni conjeturar, pero si después grupos como Pink Floyd o Genesis me han gustado, quizá tenga que reservar un pedazo de agradecimiento a Mike Oldfield. También le debo el primer concierto de pago al que acudí. Fue el 8 de Julio de 1999 en La Plaza de Toros “La Cubierta” de Leganés, en un momento particularmente disfrutable. Acababa de solventar el engorro de la selectividad y ante mí tenía un largo y plácido verano inaugurado por el recital de uno de mis ídolos. Como es de esperar, guardo muy buenos recuerdos.
Centrando el tiro. ¿Qué es esto de “Tubular Bells II”? ¿Un disco que es una secuela? No es frecuente que un disco tenga “segunda parte”. En realidad es una variación del Tubular Bells original de 1973. Mike Oldfield coge las melodías del disco originario y las retoca, variando ligeramente la melodía y añadiendo arreglos más ampulosos. Esto no suena particularmente creativo, pero ya les hablé de la indulgencia de los primeros amores. Además, algunas variaciones son para bien y hacen que se sustente el nivel de interés durante la escucha del disco. Una escucha que, a mí por lo menos, me sigue resultando interesantísima.
Por otro lado, este fue el primer disco de Mike Oldfield fuera de la discográfica Virgin, debido sobre todo al enrarecimiento de sus relaciones entre con el gerifalte Richard Branson. Ya en los trabajos anteriores había muestra del resquemor entre ambos; sirva como muestra que en el disco Amarok (1990) Mike Oldfield dejó escondido un mensaje en morse que decía “Fuck Off RB” (Richard Branson). Es de señalar que ambos se deben bastante mutuamente; Mike Oldfield consiguió en 1973 editar su “Tubular Bells” gracias a Richard Branson (después de que numerosas puertas le fueran cerradas a su proyecto) y Richard Branson acabó montando en el dólar y fundado el emporio de Virgin gracias al inesperado éxito de las campanas tubulares.
“Tubullar Bells” en su momento fue un disco audaz, peculiar, extraño. Ya el rock progresivo había dado canciones de longitud kilométrica, pero lo que Mike Oldfield ofrecía era un disco enteramente instrumental. El concepto era desafiante, dos largas canciones (Part 1, Part 2) a modo de suites, desarrollando un ingente número de ideas musicales y utilizando una gran variedad instrumental. Contra todo pronóstico “Tubular Bells” fue un éxito rotundo y Mike Oldfield desarrolló cierta reputación de chico prodigio; no en vano tenía veinte años y en su debut llegó a tocar en torno a una veintena de instrumentos (órganos, mandolinas, guitarras, timbales…y también campanas tubulares, claro).
Es innegable que parte del éxito de “Tubular Bells” viene de la utilización del inicio del disco como parte de la banda sonora de la aterradora “El Exorcista”. Fíjense si tendrá poderío este fragmento que solo aparece en un par de momentos en toda la película, que juntos no llegarán ni a cuarenta segundos, y aun así los acordes iniciales de piano siguen poniendo (a mí por lo menos) los pelos como escarpias.
He querido dedicar este segmento de antecedentes a explicar el devenir del primer “Tubular Bells”, porque es fundamental para entender el segundo. Durante el análisis del disco, al ser una variación, iré estableciendo comparaciones entre ambos. Por cierto, las partes 1 y 2 del disco original, se subdividen ahora en pistas más pequeñas. Y allá vamos.
ANÁLISIS DEL DISCO.1. “Sentinel”: Lo primero que oímos es una bonita melodía de piano; a los pocos segundos la melodía se transforma en algo mucho más familiar. Se trata de un remedo de los acordes de piano que aún hoy retumban como emisarios del cine terror. La primera vez que escuche este tema en la clase de informática que mencionaba en la introducción, me dije: “Coño, esto del Exorcista”. Mantiene las esencias de la canción de 1973, pero más embellecidas por la añadidura de coros (algunos incluso operísticos) y algunos toques de guitarra acústica. El hipnótico campanilleo sigue presente, pero el tema introductorio en el “Tubular Bells” original, al ser más seco, tenía un aire más misterioso; casi oscuro. No fue elegida para “El Exorcista” por casualidad. A cambio ganamos una producción más lujosa y detallista. De forma inesperada el final suena incongruentemente plácido. Son algo más de ocho minutos de buena música instrumental. Fue el primer single del disco, en una versión corta y más rítmica. El título del tema podría venir del relato corto de Arthur C. Clark “El Centinela”, que ampliado se convirtió en “2001: Odisea en el Espacio”. A Mike le gustaba mucho este escritor, de hecho su siguiente disco “Songs from Distant Earth” (1994) está conceptualmente basado en su novela “Cánticos de la Tierra lejana”.
2. “Dark star”: Y pasamos del relativo quietismo del corte anterior, a unos de los momentos más rítmicos del álbum. Es lo más cercano a la música de baile que se encontrará en todo el disco. Todo ello se consigue mediante unas guitarras ágiles, casi vertiginosas, mientras por debajo se deslizan algunos acordes sintetizados. En el primigenio “Tubular Bells”, todo sonaba más áspero y roquero. Por cierto, el efecto electrónico del final, más que áspero sonaba casi monstruoso (en el sentido de inquietante, conste) Es la canción más corta, con poco más de dos minutos.
3. “Clear light”: Compleja canción en estilo y estructura. Empieza de una forma jovial, en base a coros y una suave guitarra, para luego ir in crescendo hasta recuperar la melodía de “Sentinel, que bien podría ser el leitmotiv del disco. Acto seguido hay un viraje hacia territorios más sobrios y oscuros llegando, finalmente, a un atmosférico clímax de guitarra y sintetizadores. Mike Oldfield consigue que “Clear Light” sea una canción intrincada pero accesible y muestra una producción depuradísima. Pierde algo de acento folk respecto a 1973. Es otra de las largas, con casi seis minutos de duración.
4. “Blue saloon”: Otro giro estilístico. En esta ocasión se trata de un cadencioso y sosegado blues, tocado con precisión y en clave baja. Tiene la baza del encanto misterioso que Mike Oldfield sabe dotar a la música en sus mejores momentos. Y entonces, casi como enlace para la próxima canción, se escucha un pequeño pasaje country. Todo es bastante fiel al espíritu del primer “Tubular Bells”. Se suprime alguna cosa, como una especie de coro masculino formado por ¿vaqueros?, ¿marineros? Nunca lo supe.
5. “Sunjammer”: Ahora toca un poco de rock. Son dos minutos y pico de riffs de guitarra bien coordinados y de un hábil entrelazamiento entre guitarra eléctrica y acústica. “Sunjammer” es sencilla y divertida, sin embargo en los últimos instantes se solemniza para poder engarzarse con la siguiente canción. En el “Tubular Bells” original el tono era más áspero y oscuro.
6. “Red dawn”: Esta canción está diseñada, quizá, para ser un puente con el siguiente y carismático tema, pero también tiene sus encantos a pesar de durar menos de dos minutos. Para empezar la atmósfera crepuscular esta inmaculadamente conseguida a través de armonizar unos coros casi operísticos con una melancólica melodía de guitarra acústica. Uno se queda con ganas de que haya más. Respecto al disco primigenio se añaden los coros para embellecer la base guitarra. En los instantes finales se presiente que va a haber un enlace con la próxima canción; repentinamente un acorde de guitarra nos impulsa a…
7. “The Bell”: Este tema es Mike Oldfield en estado puro. Este segmento ya era uno de los más llamativos en el disco de 1973, e invariablemente vuelve a suceder lo mismo en “Tubular Bells II”. La mecánica es la siguiente: A partir de una melodía de base, que sirve de introducción, se van añadiendo progresivamente instrumentos que previamente van siendo presentados por la voz de un “maestros de ceremonias”. Después de que cada instrumento toque la melodía de base, se pasa al siguiente hasta que todos concurren a la vez y se llega a un “grand finale” con las campanas tubulares. Es una idea original, basada en la armonía y en la concatenación, que además se refrenda con una buena melodía. Tanto la del “Tubular Bells” como la de “Tubular Bells II” son muy similares y ambas son hermosas. Varían los instrumentos que se van añadiendo, eso sí. La voz que introduce los introduce en la versión LP de “Tubular Bells II” es la del actor Alan Rickman, nada menos. Se sacó una versión single, más corta y rítmica, con otra voz introductoria. Aquí acabaría la Parte I del “Tubular Bells” original, lo que a la hora de escuchar su secuela hay que tener en cuenta aunque sea mentalmente.
9. “The great plain”: Ahora sí que decididamente pasamos al folk puro y duro. Mike Oldfield nos conduce por terrenos bucólicos y ensoñadores mediante una preciosa melodía cuya esencia es el banjo. Buen dominio de la progresión musical, palpable en el emocional subidón en la recta final de la canción. Aún hay tiempo para uno de esos enlaces que estamos escuchando durante todo el disco y que conectan con el siguiente tema. La verdad es que esta canción es una de las que te hace olvidar el presunto carácter de mera variación de un disco grabado veinticinco años atrás.
10. “Sunset door”: Esto está casi clavado en el primer “Tubular Bells”, pero aquí se alarga y se adorna más. Como atmósfera etérea y de ánimo celestial es un éxito, si bien la melodía es bastante sencilla. Posee el encanto del toque de mandolina y un armonioso coro. Tiene el detalle, eso sí, de recuperar el leitmotiv de “Sentinel y aumentar la sensación de unidad de la obra.
11. “Tattoo”: Llega el turno para la música genuinamente celta, mediante una hermosa melodía guiada por toda una banda de gaiteros escoceses. Si bien el inicio es más bien bucólico, la progresiva intensidad hace que acabe sonando apabullante en su tramo final. Los toques de guitarra eléctrica de Mike Oldfiel casan muy bien con la canción. En el primer “Tubular Bells” este tramo era mucho más seco, oscuro e incluso tenso; las gaitas prácticamente se batían en duelo con una potentísima percusión de timbales. Sea como fuere, en “Tubular Bells II” fue segundo single. Decisión coherente al ser uno de los temas más accesibles.
12. “Altered state”: O como realizar un salvaje giro estilístico y dejar asombrado al oyente. De una agradable composición celta pasamos a la nerviosa extravagancia de “Altered state”. Lo que oímos es un hard rock entre lo hilarante y lo grotesco; quizá podría considerarse la única pista vocal del disco pero… la voz es distorsionada y bestial en el sentido más literal de la palabra. Parece que cantase un gran simio, un klingon, un orco, o yo que sé. Imaginen una alternancia casi aleatoria de gritos y guitarras lanzando un mensaje sin sentido. Parecidísimo a lo que ocurría en el primer “Tubular Bells”, salvo que allí daba la impresión de que la “voz” era de un hombre lobo. La primera vez que la escuché hace muchos años me dejó totalmente obnubilado, pero hoy me parece incluso divertida. ¿Una burla al rock comercial de las radiofórmulas? Quizá originariamente, en 1973, Richard Branson presionara a Mike para introducir una pista vocal y hacer el disco más accesible, a lo que Mike pudo responder “te vas a enterar, chaval”. Algo leí sobre eso, pero vaya usted a saber.
13. “Maya gold”: Como Mike ha mostrado afinidad por el folk de todo pelaje y por las músicas del mundo, al ver el título uno podía imaginarse un número de música precolombina o algo así. Nada de eso; se trata más bien de una sugerente muestra de jazz-blues de tempo atmosférico y envolvente. No cometan el error de, porque sea “ambiental”, poner el piloto automático y desconectar. Hay un sentimiento evocador pero muy tangible tras las notas, que puede hacer de este tema todo un placer. Muy similar a su correspondiente segmento de su predecesor de 1973.
14. “Moonshine”: El final de estos dos “Tubular Bells” son de ánimo y corte muy similar. Ambos ponen un punto final ligero y divertido, quizá algo a contracorriente después del número anterior. No obstante, Mike Oldfield parece que disfruta con estos cambios estilísticos; como si dentro de la prodigiosa armonización del conjunto incluyese pequeñas travesuras. “Moonshine” es una canción del Far West; suena a saloon, a cabalgaduras cruzando Dodge City o a arbustos rodantes. Osea, un pequeño divertimento con banjo. En el “Tubular Bells” de 1973, el espíritu era similar, pero adaptando una melodía tradicional llamada “The Sailor’s Hornpipe”, que a su vez había sido referenciada en algunos momentos de la cultura popular: desde los dibujos de Popeye, a la película de los Hermanos Marx “Sopa de Ganso”, p.ej
RESULTADO, CONCLUSIONES Y REFLEXIONES.Iremos directos a una de las cuestiones que surgen a primera vista (o escucha). ¿Era realmente necesario que “Tubular Bells” tuviera una secuela casi veinte años después? ¿Es suficiente aliciente la variación y actualización de melodías antiguas como para que “Tubular Bells II se justifique por sí mismo? Bien; como escuchar música es un proceso sumamente íntimo, diré que a efectos personales sí que fue necesario. Fue el disco que representó la condición necesaria y suficiente para que decidiera adentrarme en Mike Oldfield; incluyendo el legendario “Tubular Bells” de 1973.
¿Fue trascendente para otros? El caso es que el disco se vendió bien y fue un pequeño acontecimiento, desde el inicio, en su momento. Como botón de muestra vean el concierto de presentación del disco en Edimburgo (está en Youtube). Claro está que el rupturismo del primer “Tubular Bells” perdió su efecto, pero las añadiduras y recomposiciones de “Tubular Bells II” están hechas con tal mimo, con tal esmero, que brillan con una luz que propia por justo derecho. La producción y el sonido además mejoran bastante (coproduce Trevor Horn, por cierto). A este respecto cada cual tendrá sus preferencias: la proeza de grabar una obra de ambiciones instrumentales hercúleas con un chisme de ocho pistas, o el sonido absolutamente pulido y limpio de su “sucesor”. Como la música no es nada plebiscitario, digo yo que se podrá disfrutar de cada cosa a su manera. En fin, aquí tienen mi respuesta: ¿merece la pena escuchar “Tubular Bells II”? Sí; desde luego.
Otra cosa es que Mike Oldfield cogiese demasiadas “bells” y haya estado campana sobre campana durante mucho tiempo: “Tubular Bells III” (1998), “The Millennium Bell” (1999), remasterizaciones y remezclas varias… Cosas que a veces me han gustado (debo ser el único que defiende también el “Tubular Bells III, cuyo toque dance y la inclusión de una especie de “Moonlight Shadow”, como “Man in the Rain”, no gustó mucho) y a veces no (el famélico “The Millennium Bell), pero que suelo mirar con indulgencia.
Aunque ya no tiene la relevancia mediática de antaño, Mike Oldfield aún sigue editando discos y siendo un músico en activo. Lo último es también una secuela, “Return to Ommadawn” (2017), que sigue la línea de su disco “Ommadawn” (1975) y que pone el énfasis de nuevo en las melodías largas e instrumentales. Sirva este artículo para homenajear a los amores musicales primerizos; de esos que están siempre accesibles y se nos representan infalibles como referencia y disfrute.
Texto: Mariano González.