Asume como reemplazo del principal puesto diplomático de Estados Unidos el republicano Mike Pompeo, pronto a confirmarse mediante el Senado, que venía ejerciendo en la Administración Trump la dirección de la Agencia Central de Inteligencia (CIA).
A su vez, Gina Haspel sube un escalón administrativo: ahora toma el timón de directora de la CIA, luego de fungir como subdirectora, el segundo puesto más alto de esa institución. Esto aún está por confirmarse ante el Congreso (requiere la aprobación legislativa luego de la nominación presidencial), sin embargo Trump da por hecho que será aprobada y Haspel se convertirá así en la primera mujer en asumir ese cargo en la historia estadounidense.
Este movimiento puede leerse desde varias aristas, dado que tanto Pompeo como Haspel son figuras en ascenso que han trabajado al lado de su presidente y han logrado influir en las decisiones que se firman y se dejan a un lado en la Oficina Oval de la Casa Blanca.
La sombra de la CIA
Desde que los hermanos Dulles fundaron la agencia de inteligencia más importante de EEUU hace más de 60 años, ésta ha dejado huellas no sólo a lo interno de su país sino en numerosos rincones del mundo. Su sede en Langley (estado de Virginia) es, como lo sintetiza el analista Larry Chin, también la del Estado profundo y el gobierno en las sombras. La CIA es una cueva donde se deciden muchos de los mayores asuntos del poder en EEUU.
Los sucesivos directores de la CIA han sido empresarios importantes, miembros del establishment político y/o estrategas geopolíticos que asumen la filosofía supremacista de que el Hombre Estadounidense debe civilizar ("democratizar") de manera excepcional el resto del mundo. Por eso Mike Pompeo entra en el perfil: empresario y representante del ala más radical y conservadora del Partido Republicano, se ha granjeado una carrera en la comunidad de inteligencia que no escapa de la polémica y del mundo del negocio armamentístico y petrolero.
Sus conexiones con el complejo industrial-militar lo llevaron a esa posición importante. Con su nombramiento como nuevo secretario de Estado, Pompeo rellena asimismo el perfil corporativo que poseía Tillerson, con el adherente esencial de que proviene directamente de las oficinas en las que se trazan estrategias y tácticas importantes en cuanto a operaciones secretas a escala internacional. Lo confirma el prontuario de la CIA.
De hecho, tanto Tillerson como Pompeo están estrechamente vinculados (por financiamientos y lobby) a ExxonMobil. La ascendencia de la central de inteligencia ganó el pulso en el plano diplomático-internacional a lo interno de la Administración Trump.
Por otro lado, Gina Haspel tiene un currículo menos interesante en lo corporativo pero mucho más llamativo en cuanto a sus dotes como espía y lideresa de centros de detención y torturas. La ahora directora de la CIA fue principal responsable de una prisión secreta ("black site") de la CIA en Tailandia en 2002, un proyecto clasificado de la agencia. Se descubrió mediante la desclasificación de cables que Haspel encubrió y destruyó documentos en los que se reportaron torturas como el "ahogamiento simulado", además de albergar en ese sitio a terroristas de Al-Qaeda.
Haspel es una veterana de las operaciones de espionaje, uniéndose a la CIA en 1985. Llegó a ser la embajadora estadounidense en Londres. En 2013 fue nombrada jefa interina del Servicio Clandestino Nacional, oficina en la que se planifican las operaciones encubiertas de la CIA, pero fue reemplazada en pocas semanas debido a los escándalos de tortura.
Mike Pompeo la elogia de esta manera: "Gina es una funcionaria de inteligencia ejemplar, una patriota que con más de 30 años de experiencia en la agencia. Es una líder probada con una capacidad misteriosa para hacer cosas e inspirar a quienes la rodean". Y de esta manera ascienden dos personajes con influencia tanto en la CIA como en el gobierno estadounidense. La pregunta sobre lo que hay detrás de la jugada es lo más interesante de exponer, con esta sombra de la CIA en todas partes.
¿Por qué el cambio de funcionarios?
En los últimos meses se mostraron desaveniencias y contradicciones públicas entre Rex Tillerson y Donald Trump. Uno desdecía al otro vía Twitter o discurso, en cualquier lugar del mundo. La baja del texano petrolero se veía venir desde hace tiempo, y su reemplazo por Pompeo también fue anunciado con anterioridad, como lo reseña The American Conservative.
Con Tillerson fuera del diagrama gubernamental, el ahora Secretario de Estado es visto como un agente de apoyo a las decisiones agresivas y diplomáticas de la Administración Trump. De hecho, la visión sobre las conflictivas relaciones entre EEUU y la República Islámica de Irán toma una mayor dimensión con Pompeo como Secretario de Estado, ya que éste (al contrario de su precesor) opina que no debe negociarse nada con los iraníes. Se aboga por una ausencia de política exterior con relación a los acuerdos nucleares con la potencia de Medio Oriente en vez del diálogo político, y se privilegia la política de bloqueo y embargo aún en curso. Es la línea neoconservadora de la guerra.
La manera de relacionarse con Corea del Norte es distinta en cuanto a la impronta de Pompeo. En una conferencia en enero reciente, Pompeo admitió que debería negociarse una salida diferente a la guerra nuclear y la confrontación directa con Kim Jong-un: este factor es clave en la presente coyuntura, con el anuncio de que Trump y el líder norcoreano se reunirán prontamente en una mesa de negociación.
Aunque las declaraciones del ex director de la CIA apuntan hacia los problemas que tiene actualmente EEUU con Irán, Corea del Norte y Siria, a Pompeo se le reconoce el puño de hierro en la comunidad de inteligencia gringa. La estrategia que trazó en torno a las sanciones y el bloqueo financiero contra Venezuela provino de las manos de Mike Pompeo, como él mismo lo confesara recientemente. Hay que reconocer que el nivel de influencia de la CIA en las decisiones de Donald Trump es, como en anteriores presidentes luego del asesinado John F. Kennedy, bastante alto. Tanto como para otorgarle un puesto a su entonces director como principal representante diplomático de su administración.
Con respecto a Rusia, Pompeo no ha podido probar que los rusos interfirieron en las elecciones presidenciales de 2016 y por ende optó en febrero reunirse con funcionarios del Kremlin en una aproximación de inteligencia y contraterrorismo (¿discutirían sobre Siria?) criticada por unos, alabada por otros.
La guerra comercial en curso por parte de Trump contra China no tiene en Pompeo un representante diplomático muy claro, sin embargo analistas norteamericanos coinciden en que, a diferencia de Tillerson, el ex de la CIA está de acuerdo con la confrontación comercial a nivel internacional.
Si bien lo que se decide puertas adentro de la CIA, con su manojo de intereses corporativos y guerreristas, tendrá mayor relieve en la política exterior de Trump, no se nota una línea que aglutine todas las políticas de EEUU con relación a los países mencionados. Más bien parece haber contradicciones y tratos bilaterales de acuerdo a los contextos globales y locales.
Una de las pocas certezas que evoca este cambio de funcionarios es que Trump cuenta con Pompeo como funcionario importante para aglutinar lo más posible los agentes de peso que representan un cambio a lo interno de la gobernaza estadounidense. El magnate presidente llevó a Pompeo a la CIA para reorganizarla a su favor, ahora lo trae a la jefatura diplomática luego de meses de confianza y asesoría influyente.
Por su parte, Gina Haspel continuaría con la labor que venía haciendo su anterior jefe, tomando en cuenta que ella cuenta con la venia del nuevo Secretario de Estado y Donald Trump. Parece que no tiene fin este ciclo de tiempos interesantes, así como peligrosos. Sobre todo con la CIA al frente y de manera descubierta en la política exterior estadounidense.
Misión Verdad