A veces me siento querido, así, en general. Lo digo sin pensar en nadie en especial. Me siento querido por el viento, por los colores y por las formas que dan vida a la ciudad, querido por el musgo y por las almas de los seres que tienen alma, por las estacas y por los tanques, por la petanca y el tan temido tonto con su baba, por el volcán y por su lava, por los señores que pasean, por las señoras que desean, por los muertos y los no natos, por los niños que dibujan garabatos, por las puertas sin picaporte, por los pasaportes sin fotografía, por los clérigos y sus novias, por el fiscal, el juez y la grafología, por los que juegan al mus, a la brisca, al cinquillo y al repoker, por los vecinos y las vecinas con sus buenos días y mejores noches, por la buena hierba y la mala cocaína, las sartenes sin filetes, los filetes poco hechos y los hechos sin adornos, por las pelis del oeste y las actrices porno, querido por las mentiras, por ese rabo que lo coges y lo estiras, por la saliva del sultán y por su hermana, por los béticos y por los cutres palanganas. A veces me siento querido, en fin, por todo el mundo y esa sensación me dura mucho más que lo que duran mil segundos.
Pero hoy no. Lo siento pero hoy no.