Ambos sonreían, ella discretamente, él con un gesto beatífico cercano al éxtasis. La niña simplemente dormía y de vez en cuando emitía pequeños gorgoteos de satisfacción.
-Tomen asiento, despacio que no hay prisa –les animó la funcionaria al verles llegar. -Gracias, muy amable – susurró la mamá, a la vez que los otros dos se acomodaban con parsimonia, sin dejar de ser achuchada la pequeña, ni cambiar el gesto de satisfacción el papá. -¿Me permiten unas preguntas sencillas para rellenar los formularios? –continuó con su trabajo la persona que les recibió.-Por supuesto; todo oídos –respondió la pareja casi al unísono. Mientras, el hombre mecía, ahora con los dos brazos, a la personita que le tenía casi en trance.-El nombre de la pequeña es Milagros ¿verdad?.-No, no, Milagros no –replicó el padre como una exhalación –Se llama Milagro, sin la ese final. Nuestra hija es... un milagro.
Ella acarició levemente la mejilla de su esposo. Se respiraba armonía. Una luz casi mágica, que la mirada vacía del invidente parecía irradiar, ocupaba la atmósfera del despacho. Nadie habló durante varios segundos. Al cabo de los mismos, visiblemente emocionados, reanudaron la entrevista; en seguida quedó finalizada la tarea que les había llevado hasta allí.
Al terminar, la funcionaría les acompañó hasta la entrada y les despidió con amabilidad. Después, mantuvo cerrada la puerta unos instantes antes de reanudar su trabajo; tenía que absorber la increíble sensación que flotaba en el aire, el pedacito de cielo que se había quedado con ella.
Autora: Ángeles Hernández Encinas.puertas sillas hosteleria mobiliario hosteleria calderas precios calderas