Recuerdo que leí esta obra al comenzar mis estudios de Filología Hispánica y que me produjo una sensación muy agradable, por la ingenuidad que empapaba sus líneas, por el candor religioso (ingenuo pero firme) que aleteaba en sus dos docenas de historias marianas y por la facilidad de su lenguaje literario.Gonzalo de Berceo brinda en estos Milagros de Nuestra Señora una interesante colección de relatos en los que la Virgen María nos ofrece su faceta más humana y más cariñosa, ayudando a los protagonistas a salir de los atolladeros en que el pecado, la torpeza o la imprevisión los sitúa. Así, aparecen por estas páginas clérigos que se embriagan y que están a punto de sucumbir entre los cuernos de un toro (que no es otro que el Diablo); abadesas que se quedan embarazadas y que son aliviadas del rigor del castigo por la intervención de la Virgen; iglesias profanadas; judíos toledanos; ladrones devotos; náufragos que reciben un auxilio inesperado...
Pero lo que más me gusta de esta obra, releída al cabo de tantos años, es la rara música rudimentaria que Gonzalo de Berceo obtiene con sus cuadernas vías, un molde estrófico que, con su martilleo de rimas monótonas, se presta más a fatigar que a acariciar los oídos. La sencillez de sus adjetivaciones, la tosquedad de sus recursos retóricos, siguen ejerciendo sobre mí una impronta amable, que reverdece antiguas admiraciones.