Después de leer El Cantar de Mio Cid, el Lazarillo de Tormes, el Romancero y La vida es sueño, vuelvo a los clásicos, en este caso medievales, con Milagros de Nuestra Señora, del riojano Gonzalo de Berceo. Como ya os podéis imaginar, si he leído esta obra ha sido gracias a la universidad.
Aunque no me ha gustado tanto como las cuatro obras anteriores, sí que me ha sorprendido en algunos aspectos. Si no me ha gustado este libro ha sido, sobre todo, porque me ha resultado monótono, repetitivo, poco verosímil, muy lento y muy estático, ya que incluye mucha, demasiada descripción y casi nada de acción, de ritmo. Además, hay una presencia excesiva del narrador y una casi inexistente presencia de los personajes. Apenas se les deja hablar, no se les da voz ni protagonismo, están ausentes y sólo los conocemos por lo que nos cuenta el narrador, lo que los aleja del lector, los convierte en unos desconocidos con los que es imposible sentirse identificado y llegar a conocerlos y a saber lo que piensan, lo que sienten o saber o al menos intuir sus motivaciones.
Milagros de Nuestra Señora está formado por 25 milagros realizados por la Virgen María. Ella es la protagonista absoluta de la obra. Cada uno de los milagros está protagonizado por un personaje distinto, en los que encontramos una gran variedad: obispos, sacristanes, clérigos, mendigos, ladrones, monjes, peregrinos, labradores, priores, judíos, niños, embarazadas, monjas, abadesas o náufragos. Sin embargo, como se puede ver, todos los personajes tienen algo en común, ya que todos ellos son, por decirlo de algún modo, hombres y mujeres de iglesia, religiosos o, como mínimo, devotos de la Virgen María.
Todos estos personajes tienen también otra cosa en común, y es que todos han cometido algún pecado. En unos casos es el robo, en otros, la envidia, la codicia, el abuso de alcohol o incluso pactar con el diablo. Pero la mayoría de los milagros nos habla de un mismo pecado, el sexo, especialmente entre los monjes, los clérigos, los sacristanes o las monjas.
Ese es exactamente el mensaje, la moraleja que nos quiere transmitir esta obra. No importa los pecados que cometamos, porque si le rezamos todos los días a la Virgen, ella intercederá por nosotros, salvará nuestra alma y evitará que acabemos en el infierno cuando hayamos muerto. Como se ve, queda claro que este libro pertenece al mester de clerecía, es decir, aunque está escrito por Gonzalo de Berceo, su emisor principal es la propia Iglesia, que de esta forma quería llegar a los fieles, al pueblo, para convencerlos de los beneficios que podían obtener de la religión.
Precisamente lo que más me ha sorprendido y más me ha llamado la atención de esta obra es la lucha, el enfrentamiento y casi me atrevería a decir la guerra que llevan a cabo la Virgen María, acompañada por santos y por ángeles, contra el diablo, que a su vez está respaldado por los demonios. Me ha hecho gracia cómo se representa a la Virgen como si fuese la capitana del ejército celestial y al diablo como si fuese el capitán del ejército del infierno. En la mayoría de los milagros el personaje muere y los dos ejércitos luchan entre ellos por conseguir el alma del difunto. Las dos partes siempre recurren al mismo argumento para defender su postura. El diablo recuerda que esas personas eran unos pecadores y la Virgen María le responde a su vez recordándole que, aunque pecadores, eran devotos suyos. Por supuesto, siempre gana la Virgen y el alma del pobre personaje acaba en el cielo y no en el infierno. Como se puede apreciar, esta obra tiene unas grandísimas dosis de maniqueísmo.
Sin embargo, la Iglesia no obtuvo con esta obra los resultados que esperaba. Milagros de Nuestra Señora no tuvo éxito, no gustó a la gente, no consiguió engañarles ni convencerles y murió en el olvido poco después de nacer, en el mismo siglo XIII. Los milagros no se transmitieron oralmente, no corrieron de boca en boca, no se recitaron, no se cantaron y, en definitiva, no perduraron en el tiempo. Es cierto que han llegado hasta nuestros días, pero únicamente porque se conservaron por escrito y sin modificaciones, sin cambios, sin distintas versiones. Lo que la Iglesia decía era dogma, no se podía cambiar ni manipular. No se podía tocar. Por eso era algo alejado del pueblo, que no sentía este tipo de literatura como suya, sino como algo ajeno. Todo lo contrario de lo que ocurría, por ejemplo, con los romances.