NO quisieron poner sus botas en Libia para evitar los estragos y la muerte en sus filas que tuvieron en Afganistán e Iraq. Con una potente guerra aérea, Estados Unidos, Francia, Reino Unido y los socios de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) destruyeron una nación soberana e independiente en nombre de la hipócrita preocupación por la democracia, sin que ninguno de sus soldados saliera de la nación norteafricana en un ataúd. Pero ahora, ante la dificultad de las nuevas autoridades —puestas por los cañones occidentales— de estabilizar y administrar el país, Washington ha decidido tomar cartas en el asunto.
El caos sacude a uno de los mayores productores africanos de petróleo. Las bandas armadas que respondieron al autodenominado Consejo Nacional de Transición (CNT) —el ejército terrestre de la OTAN en la guerra contra el régimen de Muammar Al-Gaddafi— llevan meses peleándose por el control de feudos, y le exigen al Consejo una mayor representatividad de sus intereses en el Gobierno. Por eso desoyen las ofertas de integrarse a las que serían las nuevas Fuerzas Armadas libias.
Y lo que es más grave, impera en la población el descontento y la desconfianza, bien fundados, en el CNT. Recientemente, el vicepresidente del Consejo, Abdul Hafiz Ghoga, se vio obligado a renunciar a su cargo en medio de crecientes protestas en Bengazi (noreste), la segunda ciudad del país y cuna de la rebelión contra Gaddafi. Incluso después de abandonar su puesto, Ghoga, a quien acusan de oportunista por su participación en el Gobierno de Gaddafi y después en el del CNT, fue agredido por estudiantes en la Universidad de esa urbe.
Las manifestaciones, que ya se hacen bastante frecuentes, exigen a las nuevas autoridades una mayor transparencia en la administración de los activos del país, que a pesar de ser uno de los más ricos de África, ahora, según el Fondo Monetario Internacional (FMI), se encuentra en una situación bastante precaria en el orden de las finanzas.
Pero lo que más preocupa a Washington es la posibilidad de que se pueda organizar un movimiento de resistencia que le impida saquear el país en paz y tranquilidad. El Gobierno del CNT, además de protestas populares, ha debido enfrentar sabotajes y acciones armadas de peso, al punto de perder el control de zonas de algunas ciudades.
Por ello, la potencia norteamericana comienza a establecer su presencia militar en Libia, de manera escurridiza gracias al silencio cómplice de los grandes medios de comunicación que acompañaron la guerra imperialista contra la nación norteafricana.
Desde finales de diciembre, el Pentágono está instalando una base militar en Wau Al Kebir (900 kilómetros al sudeste de Trípoli y 240 kilómetros al norte de la frontera con Chad). Y en los últimos días varios medios se hacen eco de reportes muy escuetos que dan cuenta del movimiento de soldados yanquis —unos dicen que 6 000, otros que 12 000— desde la base militar de Malta hacia Brega, una de las ciudades estratégicas, donde se refina el petróleo antes de su venta en el mercado mundial.
El paso dado por EE.UU., otra violación de la soberanía libia, ha irritado incluso a quienes en un principio apoyaban al apátrida CNT. Algunas de estas bandas —de Misurata— que fungieron como el peón libio de la OTAN contra Gaddafi, fueron blanco de los aviones franceses Apache al servicio de la Alianza Atlántica cuando intentaron controlar las plataformas petroleras de Brega.
Esta es una despiadada campaña militar por el crudo libio, en la que Washington busca posicionar a sus empresarios como los favoritos, aunque sea a golpe de cañón.
En la lista de socios occidentales que se beneficiarían de contratos, según Ali Tarhouni, quien fungió como Ministro de Petróleo del CNT entre marzo y noviembre de 2011, Estados Unidos ocupa el segundo puesto, después de Francia, y seguido por Gran Bretaña e Italia. Pero esta correlación pudiera cambiar. El actual ministro de esa cartera, Abdul-Rahman Ben Yezza, es un ex ejecutivo de la compañía italiana ENI, la empresa extranjera que mayor participación tuvo en el sector durante el régimen de Gaddafi.
Estados Unidos va con todo por el petróleo libio, y en una carrera militar ninguno de sus socios imperialistas puede aventajarle. Libia es solo una puerta a los ambiciosos planes que Washington tiene reservados para África.
La imagen, de Getty Images, muestra a la refinería de Brega, controlada por grupos armados que luchaban contra Muammar Al-Gaddafi, en febrero de 2011.