Desde antes de las elecciones ya se advertía como ganador. Es del Partido Cambio Radical, lo que en esta coyuntura lo convierte en uno de los respaldos de Germán Vargas Lleras a una eventual candidatura a la Presidencia.
Pese a su característico estilo gerencial fresco, distante a los anquilosados dinosaurios de la política, Char no abandona lo que ha sido la estrategia de campaña más populista en los últimos tiempos: la mano dura contra la inseguridad. Los políticos han sabido capitalizar el miedo de los colombianos, muy bien fundamentado en las cifras. En Barranquilla se presentaron 199 homicidios en el primer semestre de este año, 18 casos más con relación al año anterior.
Algunos han celebrado que contarán con un alcalde con pantalones, porque aseguró que si la Policía no puede garantizarles la seguridad a los barranquilleros, pedirá al Ejército que salga a las calles. Su idea es aceptable como estrategia populista de campaña, pero se espera que como alcalde comprenda el ejercicio reposado de su cargo. Mandar a los militares a los barrios es la salida fácil, pero no necesariamente la más oportuna.
Es apenas comprensible que para aquellos que hemos sido víctimas de la delincuencia nos resulten lógicas las medidas extremas, pero la labor de un mandatario es pensar más allá, justamente de eso se trata, no cometer ligerezas, no improvisar, no actuar con la cabeza caliente y nunca caer en arrebatos populistas que puedan traer consecuencias más graves.
Los militares colombianos viven inmersos en la lógica de la guerra. Los más de 50 años de lucha contra la insurgencia, los campos de batalla, los muertos, los entrenamientos, los han impregnado de un espíritu movido por la idea del “enemigo”. Desde temprano, incorporados a las fuerzas militares, aprenden a odiar al enemigo, a buscar al enemigo, a cuidarse la espalda del enemigo, a pensar que el enemigo está en todas partes. Meter a jóvenes militares en los barrios es una bomba de tiempo. Por obvias razones no han sido preparados ni entrenados para esto. No ahora. No en este momento histórico.
Se trata de poner hombres con armas de largo alcance en medio de civiles, de niños jugando en las calles, de peleas de pandillas, de riñas en tiendas, de problemas de convivencia entre vecinos, de asaltos callejeros, de disputas entre parejas, de travesuras adolescentes en uniforme de colegio, de marihuaneritos de esquina, del loco del barrio, del enfrentamiento territorial de los recicladores, del jíbaro.
Qué se supone que hagan los militares, más allá de ser un símbolo de fuerza, de restricción, de control. Cómo se supone que resuelvan aquello para lo que no están preparados. ¿Acaso no es demasiado pretensioso esperar que sean los soldados los que deban solucionar las falencias estructurales de los gobiernos, su incapacidad para dar medidas integrales, para una mejor inversión social en los barrios marginados?
Ahora que nos alineamos en torno a la paz, es hora que dejemos de atribuirles propiedades mágicas a las Fuerzas Militares. Por vocación, la seguridad en los barrios debe ser responsabilidad de la Policía, y las causas que la desencadenan deben ser prioridad para todos los niveles del Estado. Disminuir la inseguridad en las ciudades debe ser una tarea urgente para los próximos mandatarios, pero no acudiendo a medidas guerreristas flojas en soluciones estructurales.
Via:: Colombia