Million dollar baby

Por Lamadretigre

Valiente bloguera estoy hecha. Publico menos que las falsas jubiladas del gremio que nada más anunciar su retirada se vuelven de un prolífico cuanto menos sospechoso. Dos meses se han cumplido desde mi última entrada furtiva. Dos meses en los que La Quinta ha pasado de ser una recién nacida bendita a convertirse en un rollizo bebé de lo más sonriente y pacífico que se ha visto a este lado de la cordillera alpina.

Podría mentirles y decirles que he estado agobiadísima y desbordada con mi nueva vida de madre quíntuple. Pero mentiría. Estos dos meses han discurrido plácidos y perezosos entre toma, eructo y toma. Dos meses tranquilos, salvando el atropello navideño, en los que hemos vuelto a coger la medida de lo que abultamos cada uno en esta casa sobrepoblada.

Han sido a todas luces un buen par de meses. Me ha dado tiempo a mirarme no sólo la lorza, que se ha adherido a mi contorno con un encono pasmoso, sino la actitud y quizá hasta la aptitud.

Dos meses con sus sesenta y un días he tardado en parir un único propósito para el año que nos ocupa. Una resolución grande y única para este año par, que no bisiesto, por la que pienso batirme en duelo si las circunstancias lo requieren.

Sin más dilación, hagan sonar las trompetas ¡que redoblen los tambores y ondeen los blasones! Porque tal día como hoy juro, y pongo a este blog por testigo, que en 2014 no pienso ganar ni un solo euro. He dicho.

Este propósito testarudo viene a sustituir el objetivo que me marqué en 2013 de ganar trece millones setecientos sesenta mil doscientos noventa chelines de los austriacos con veintiún céntimos. Lo que viene siendo un millón de euros. Propósito éste al que he dado carpetazo con un saldo negativo por valor de ciento setenta y cuatro euros con treinta y tres céntimos. Cantidad que refleja muy adecuadamente lo que me cuesta hacer que trabajo.

Y esto sin tener en cuenta el coste de oportunidad de haber utilizado las escasas horas muertas de mi pseudoactividad laboral a apagar las luces innecesarias, bajar la calefacción cuando abro las ventanas o desenchufar de una vez por todas el millón de artilugios que yacen en stand-by por nuestra humilde morada. Calculo que aplicando estas sencillas recetas de ahorro doméstico habría acabado el año en un lo comido por lo servido mucho más digno que estos números que más que rojos sonrojan.

Comprenderán ustedes que ante este panorama desolador me he visto obligada a tomar cartas en el asunto y despedirme de mi compañera la tesorera de seguridad social con un sentido si te he visto no me acuerdo. Y aquí paz y después gloria.

Pensarán ustedes que no ando muy ambiciosa en cuestión de resoluciones de año nuevo. Se equivocan, resignarse a no ganar ni un euro es harto complicado para un cerebelo como el mío acostumbrado a trazar como mínimo dos planes maestros diarios para ganar quiméricas fortunas. Todavía hoy, engrosando ya los peldaños más bajos del escalafón laboral, me sorprendo abriendo bed & breakfasts imaginarios como aquel maravilloso en el que nos hospedamos en Malibú.

Un sitio de los que ya no quedan, sito literalmente en la playa sobre unos pilares de esos por los que pasa la marea y que tanto disgustos le dieron a David Hasselhoff en su etapa de fornido vigilante de la playa. Aquí se hospeda uno a lo vintage. No acepta reservas online, es más, creo que es uno de los pocos lugares y/o entelequias en este mundo que todavía no tiene página web.  Hay que llamar por teléfono y, tras una amena charla con el dueño, único empleado a tiempo completo del establecimiento, te confirman la reserva por carta manuscrita con su sello y su matasellos.

Qué bonito es divagar cuando uno no tiene oficio ni beneficio. Pero, volviendo a lo que nos ocupa, sólo me queda reiterar mi firme determinación de no embolsarme ni una sola divisa en este maltrecho bolsillo.

Sin duda la decisión más rentable que he tomado en los últimos años.