Su piel oscura brillaba como el ébano pulido. Su rostro tenía facciones duras pero a su vez infundía una atractiva seguridad. Sus marcados músculos denotaban fuerza, buena salud y mucho trabajo físico. Su cuidado pelo ondeaba, con orgullo, al ritmo de su vigoroso trote. Verlo correr era una delicia para muchos de sus admiradores que asistían presurosos incluso a sus matinales prácticas en el campo.
Siempre fue el más rápido de la pista. Tenía el respeto de sus adversarios y la adoración de la afición. Por eso, aquella lluviosa tarde en la que un desafortunado patinazo le produjo la caída que le rompió los tendones, todos se preocuparon, se llevaron las manos a la cabeza y algunos soltaron más de una lágrima de amargura. El único que no mostró tristeza fue él. Sabía que a partir de entonces se convertiría en el semental más deseado de su generación.
Fotografía de Paula Arbide. Publicado inicialmente en PhotowritingArchivado en: Cuentos Tagged: caballo, jinete, mimetizados, muchacho, photowriting