MiniCuento XX. El cuarto acceso.

Publicado el 17 marzo 2014 por Anilibro @anilibro

La idea quizás sea algo perversa, pero no podía dejar este MiniCuento en el tintero. Seguro que a más de un@ también le divertirá la idea. Espero que os guste:

Miró el reloj para comprobar a cuánto ascendía el retraso: veintisiete minutos y quince segundos. El vigilante del arco de seguridad observaba con cara de sueño como llegaba tarde por tercera vez esta semana. Del bolsillo trasero sacó la tarjeta identificadora necesaria para pasar el control de acceso. Era azul con el borde amarillo.Dejó el abrigo y la mochila en la cinta del detector de metales y cruzó el arco de seguridad. Esperó ansioso que salieran sus cosas para salir disparado hacia el siguiente control.

Corrió por los pasillos hasta el segundo arco. Allí volvió a dejar su abrigo y su mochila en otra cinta. Sacó la tarjeta morada. miró el reloj: treinta y cuatro minutos y seis segundos tarde. El vigilante le hizo un escáner de retina para comprobar el pase. Enfiló todo lo deprisa que pudo hacia las escaleras. Subió las tres plantas saltando los escalones de dos en dos.

Para entrar por la siguiente puerta tuvo que volver a repetir todo el ritual (con una tarjeta verde y roja esta vez) añadiendo ahora una prueba de ADN, que fue tomado con un bastoncillo bucal. El proceso duró unos minutos hasta que comprobaron el “matcheo” y que este era correcto. Cuarenta y nueve minutos tarde, pero por fin estaba en su puesto. Se cambió de ropa. Dejó la camisa a cuadros y se colocó la bata blanca. Una de las puertas del vestuario daba a una sala donde estaban varios vigilantes armados junto a un arco de seguridad. Allí se encontraban varios asistentes realizando las pruebas de retina y de ADN. Se dirigió a una mesa vacía donde había instrumental médico preparado.

Enfrente, una larga fila de hombres (las mujeres pasaban por otra sala) con trajes caros esperaban nerviosos con una tarjeta negra en las manos. Se colocó uno de los guantes de látex e hizo gesto al primero de la fila, que ya empezaba a desabrocharse los pantalones. Quizás no fuese el trabajo más agradable del mundo, pero sí que el que más le podía satisfacer.

- No se preocupe señor ministro, esto sólo serán unos segundos, después podrá acceder al congreso – pero en su cabeza se regodeaba de la ansiedad que habían pasado todos esos peces gordos esperandole durante cincuenta y dos minutos. Quizás mañana volviese a llegar tarde. Tal vez “un poco” más tarde, pensó con una sonrisa.

FIN

Nos leemos en el siguiente capítulo.

Compartir