Y poco a poco empieza a llenar tus venas, y se va apoderando poco a poco de cada uno de tus vasos sanguíneos... y la sangre ya no es sangre. Es una sustancia viscosa que se pega en las paredes de tus arterias y que amenaza con teñirte las pupilas del negro más negro que jamás se haya contemplado. Y caes... y te dejas arrastrar... y es entonces cuando las lágrimas se agolpan y no importa dónde te encuentres, porque una gota, una sola gotita, se desliza desde el fondo de tu alma por tu mejilla, deseosa de que alguien la aparte de allí con la suavidad de un dedo, y pueda transpirar en él; e inundar a otro igual, y sumirlo en la más profunda de las oscuridades que se recuerdan; caminando por un sendero sin destino, del que nadie podrá sacarle, hasta que una lágrima negra aflore de lo más hondo de su alma y se deslice por su mejilla...
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