Bueno, trabajamos con dos enfoques principales, que están concatenados (primero debemos hacer uno y luego, el otro). El primero, es el enfoque morfológico, el estudio de la forma. Cuando tenemos un fragmento fósil ya preparado (y restaurado si lo amerita), lo primero que hacemos es reconocer a qué parte del cuerpo del animal pertenece. ¿Es un diente o es un hueso? Y qué tipo de diente o hueso es. Para hacer esto, recurrimos a lo que sabemos de la anatomía de las criaturas, ya sea invocando la experiencia o el conocimiento sistematizado en osteologías, atlas y guías anatómicas.
Pero en muchas ocasiones sucede que muchas especies tienen morfologías muy similares, tanto que en algunos casos, son casi indistinguibles. En esos casos recurrimos al segundo enfoque de identificación, la morfometría, el estudio del tamaño de las formas. Mediante este enfoque, podemos analizar un resto y compararlo con los rangos de medidas de diferentes especies. La cantidad de cosas que se le pueden medir a un resto es impresionante, pero el truco es el tener una base comparativa. Sin ella, por más cosas que le midamos a un pedacito, nunca nos dirá su identidad.
También sucede que en este trabajo, hay quienes defienden a un enfoque sobre el otro, pero ellos (los de mirada obtusa) están inherentemente mal. Ni la morfología funciona independiente de la morfometría, ni ésta resuelve todo a solas; ambas deben trabajar en conjunto para obtener buenos resultados. Ya en otra ocasión y con más calma tocaré las limitaciones de cada uno de estos enfoques, hasta la próxima.