Aquí me tenéis, querid@s amig@s, recién llegada de La Coruña, donde he disfrutado de un fin de semana del que me costará algún tiempo reponerme. Cuando el pasado verano, en aquel mismo paraje y mirando al mar, tomé la decisión de publicar Cuando pase la tormenta, nunca supuse que aquel ataque de osadía me reportaría semejante maremoto de emociones. Porque sí, sabía que sería arriesgado y que poner a disposición del lector anónimo las historias que rondan mi cabeza me haría sentir feliz e insegura a partes iguales, pero lo que nunca pude imaginar es que el balance sería tan satisfactorio. Y no porque el camino esté siendo un paseo por la alfombra roja del éxito, porque no lo está siendo, pero lo que sí sé es que me está mereciendo la pena intentarlo; algo que jamás hubiera imaginado antes. Y menos aún aquella mañana de julio, cuando tomé la decisión de arriesgarme mientras miraba a las olas que morían con fuerza en Riazor y que, ajenas al desaliento, volvían a resurgir mar adentro para reiniciar una nueva aventura con la única esperanza de llegar, en esa ocasión, un poco más lejos sobre la arena de la playa.
Aquí me tenéis, querid@s amig@s, recién llegada de La Coruña, donde he disfrutado de un fin de semana del que me costará algún tiempo reponerme. Cuando el pasado verano, en aquel mismo paraje y mirando al mar, tomé la decisión de publicar Cuando pase la tormenta, nunca supuse que aquel ataque de osadía me reportaría semejante maremoto de emociones. Porque sí, sabía que sería arriesgado y que poner a disposición del lector anónimo las historias que rondan mi cabeza me haría sentir feliz e insegura a partes iguales, pero lo que nunca pude imaginar es que el balance sería tan satisfactorio. Y no porque el camino esté siendo un paseo por la alfombra roja del éxito, porque no lo está siendo, pero lo que sí sé es que me está mereciendo la pena intentarlo; algo que jamás hubiera imaginado antes. Y menos aún aquella mañana de julio, cuando tomé la decisión de arriesgarme mientras miraba a las olas que morían con fuerza en Riazor y que, ajenas al desaliento, volvían a resurgir mar adentro para reiniciar una nueva aventura con la única esperanza de llegar, en esa ocasión, un poco más lejos sobre la arena de la playa.