Los ojos son faros luminosos que nos ponen en contacto directo con el mundo y las personas. Sin embargo, no siempre sabemos mirar a profundidad. Nos conformamos con ver, sin mirar y, mucho menos, admirar. El barrido de nuestros ojos es anodino e insustancial, como nube pasajera que se traslada sin brindar sombra ni humectar la tierra. Es una mirada infructuosa, desértica, vacía y estéril.
Es muy conocida la frase del zorro en El principito acerca de que lo esencial es invisible a los ojos, pues sólo se puede ver bien con los ojos del corazón. “Mirar desde el corazón transforma el gesto de mirar en una experiencia de presencia. Supone una acción revolucionaria porque cuando miro desde el corazón aquello que veo se transforma”, expresó el filósofo José María Toro.
Mirar con el corazón es reconocer la importancia de lo mirado; es sentir su presencia e influencia; es dejarse conmover y transformar por el colorido universo que proyecta la película de los ojos.
Toro concluyó: “En este sentido, la mirada del corazón es hoy una necesidad epistemológica y una urgencia política. Una mirada comprometida, salvífica, redentora y cargada de belleza”.
¿Miro con el corazón?