Mis citas favoritas #3

Publicado el 01 febrero 2017 por Carmelo Carmelo Beltrán Martínez @CarBel1994
Viendo lo que os gusta esta sección del blog, no he podido resistirme a traeros una nueva entrega de mis citas literarias favoritas. ¿Vosotros también sois de los que os emocionáis con una buena frase?

Mis citas favoritas #3


Humanomaquia de Javier Cosnava





«Somos expertos en excusas: atacamos porque son una raza inferior, larvas sin sentimientos, pensamientos profundos sin alma, como los humanos. No son civilizados, no son telépatas y se pueden engañar los unos a los otros con la palabra. No practican la democracia directa mental. No saben lo que piensan sus políticos y pueden ser engañados por estos. Al final será una suerte para ellos ser sojuzgados porque les traeremos la civilización moderna».
«Porque de eso trata la humanomaquia,de derrotar a la bestia sin hacerle perder su dignidad. El humano es feliz cuando embiste con gracia, resiste el castigo del picador y de los banderilleros para morir finalmente de una certera estocada. Mientras agoniza escucha los aplausos del público, y eso justifica su existencia. Son seres que han venido a este mundo a sufrir con orgullo una muerte brutal en la plaza».
«Lo que realmente pasa es que a los mayores les gusta que tengamos un punto de rebeldía pero que, al final, tras dar una circunloquia mayor o menor, regresemos al punto de partida y hagamos todo lo que dicen y hacen. Si nuestra rebeldía nos lleva definitivamente lejos de la norma ya no resulta tan divertida. Entonces estamos equivocados. El libre albedrío debe conducirnos a las mismas conclusiones a las que llegaron ellos. De lo contrario somos unos inconscientes».
«El respeto de las antiguas costumbres no puede justificar el martirio de un ser vivo y un alma noble».
«Pero solo es un discurso. Hay demasiados intereses creados en torno a la humanomaquia, demasiados ganaderos poderosos, demasiados políticos que sacan provecho. Tal vez en adelante cambien algunas cosas, pero no desaparecerá, al menos no hoy.

El grito de los murciélagos de Javier Carnerero



«Antes de lanzarnos a la adultez sin billete de vuelta, tanto Marina como yo pasamos por facultades e institutos, centros que con triste pero implacable frecuencia servían más para aliernarnos y abocarnos al automatismo más insípido que para incitarnos a pensar por nosotros mismos, a ser personas capaces, imaginativas e innovadoras».
«¿Sabes qué? Si de verdad eres escritor, o si de verdad quieres serlo, ser camarero o cualquier otra cosa que hagas te llenará tan poco que no serás feliz y en consecuencia no harás correctamente tu labor, la que sea que debas hacer para ganarte la vida antes de que puedas vivir de escribir».

«El ascenso depende totalmente del ánimo. Cuánta gente valiosa, intelectuales de incalculable valor para el progreso de la sociedad y de la humanidad en general, grupos de virtuosos en numerosas y diferentes áreas, no se habrán quedado en las cunetas de los caminos, cuánto talento y valor desperdiciado por disponer de menos energía, de entornos inadecuadas o por intentarlo una y mil veces hasta llegar al extremo de decidir que no merece la pena y abandonar. Qué tristeza pensar en las veces que eso ha podido ocurrir y, especialmente, en que pueda seguir ocurriendo».
«Los desgraciados se mantienen siempre igual, no tienen huevos para dar pasos hacia delante ni hacia atrás, no se mueven, son piedras que se pueden esquivar, patear y lanzar lejos para no volver a tropezar con ellos».

Marafariña de Miriam Beizana Vigo



«Se preguntó qué ocurriría si tenían un accidente. Si morían los tres en ese instante. Podía ocurrir. La muerte nunca había sido algo real para su mente despreocupada de adolescente. No era algo en lo que pensara, ni tampoco de lo que tuviera conciencia. Sus abuelos habían muerto hacía muchos años, pero ella era muy pequeña y no lo recordaba, ni tampoco dolía. Tampoco se había esforzado por entender qué se sentía al morir, ni, sobre todo, qué se sentía cuando alguien a quien querías moría».
«Cantaba como todos los demás, siendo parte de aquel rebaño de fieles siervos, aquellos que formaban parte de las ovejas del señor, de su pastor. Esas ovejas blancas, mansas, esas ovejas que seguían las órdenes de un gran cayado de madera, aun si a estas las llevaban directamente a un peligroso torrente de agua o hacia un acantilado. No pensaban, no preguntaban, no conocían el camino. Esas ovejas vivían ciegamente con una venda en los ojos, con una mordaza en la boca».
«¿Qué era ella? ¿Qué derecho tenía a dar ningún mensaje de apoyo o esperanza? ¿Una especie de predicadora tocada por Dios? ¿Por qué se suponía que ella gozaba de un privilegio y la oportunidad de ser salvada y esa mujer no? ¿Únicamente porque había tenido la suerte, o desgracia, de nacer en el seno de una familia cristiana de la religión verdadera? ¿Únicamente porque leía un puñado de publicaciones todos los días, asistía a las reuniones y conocía las escrituras?»
«Ella no era creyente, jamás lo había sido, pero siempre había querido serlo. Creía firmemente que poseer esa esperanza, esa fe, era una virtud con la que pocos podían contar. Solo un puñado de afortunados gozaban de una vida sin temor, porque un Dios Todopoderoso les protegería de la enfermedad, incluso de la muerte. Que todas sus buenas obras serían recompensadas, que los malvados pagaráin sus fechorías, que el cielo o el paraíso los esperaba si cumplían su voluntad».
«Porque se dio cuenta de que, al fin y al cabo, eso era ella. Una persona, una mujer que amaba a otra persona, a otra mujer, contra todo pronóstico, contra toda creencia cristiana, contra todo lo escrito, contra todo lo que no se podía debatir. Y, negarlo, mentirse, ignorarlo, era imposible. Imposible porque sabía que le provocaría un dolor tan atroz que le impediría seguir viviendo».
Carmelo Beltrán@CarBel1994