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Un lugar de donde se pueden extraer las mejores valoraciones, es de la convivencia con los semejantes. Ejercitar el respeto de los derechos comunes de un colectivo es tan difícil como impreciso, ya que los límites, muchas veces, están marcados según la conveniencia de cada cual, y no en función de ese derecho fundamental que asiste a las personas y que está determinado equitativamente por el pensamiento de que los demás merecen lo mismo que uno pide para sí mismo.
No obstante, parece que cuando se trata de los derechos, el foco sólo apunta hacia a una dirección: la otra persona. De modo que se le exige a los semejantes cumplir con uno mismo con más rectitud de lo que uno cumple con ellos. Este régimen parece intrascendente cuando el análisis parte de la necesidad de defenderse atacando, pero no lo es tanto cuando la sombra del ataque consume los derechos de intimidad, la facultad de decidir libremente, o de convivir sin agredir los privilegios comunes.
Entre lo legítimo y el respeto hay una línea tan fina que cualquiera se atreve a traspasar para exigir sus derechos, aunque casi siempre sin tener en cuenta que al otro lado también hay una persona que tiene derechos y obligaciones. Esta sociedad nos ha llevado a luchar cada vez con más fuerza por nuestras pertenencias que, poco a poco, nos hemos desprendido del sentido de equidad, en beneficio de un individualismo obstinado y perjudicial.
Hay sectores donde esta realidad es más ambigua, porque media la distancia en el contacto entre el atacante y el atacado. Ese sector es el mundo de la venta telefónica, donde no existen reglas, y si existen nadie las observa como debiera, porque es muy fácil saltarse la barrera del respeto o la consideración cuando el contacto se produce mediante el teléfono, sin necesidad de un trato visual o físico.
Nunca el derecho de uno puede ser más trascendente que el del otro, y el respeto exigido debe ser proporcional a lo ofrecido. Por desgracia, hoy día, debido al aumento desmedido de las relaciones comerciales a través del teléfono, un consumidor está obligado a conocer sus derechos que, aunque sean invisibles, existen y salvaguardan la intimidad o el derecho a decidir si una firma comercial puede o no contactar en el número de teléfono privado.
Por otro lado, también ayuda conocer las vías de acceso a los datos personales, porque no siempre nos preocupamos en leer las letras pequeñas de los contratos, que de forma estudiada y no siempre limpia, vinculan al consumidor a un mundo superfluo que luego acaban actuando contra la tranquilidad o la intimidad de las familias. Por más que muchos lo crean y lo pregonen, no todo vale en el mundo de las ventas.
Pero para conseguir que el consenso sobre el respeto sea factible, hemos de entender que es más difícil dejar de mirarse a uno mismo que ver las necesidades de los demás. Sin embargo, no es imposible considerar que el semejante tiene los mismos derechos que uno mismo. imagen: @morguefile