MIS LECTURAS DE ORTEGA-Contra Einstein y la ligereza de los intelectuales a la hora de opinar
Por Javier Martínez Gracia @JaviMgracia
“Europa está hoy desocializada o, lo que es igual, faltan principios de convivencia que sean vigentes y a que quepa recurrir”. Esa sociedad europea existía, estaba basada en un credo intelectual y moral compartido, y durante muchas generaciones ha irradiado su orden básico sobre el resto del planeta, hasta el punto de que “puso en él, mucho o poco, todo el orden de que ese resto era capaz”. Pero ese orden de vigencias colectivas hoy, en gran medida, se ha volatilizado. Si esa evaporación fuese definitiva, estaríamos hablando de la crisis más grave que haya sufrido Occidente desde la caída del Imperio romano. Fenómeno este de la desaparición de las vigencias colectivas que se ha trasladado al interior de las sociedades nacionales europeas, claramente a la española, afectando a su cohesión interna, lo cual demuestra que esas vigencias colectivas se nutrían en gran medida de las que al conjunto de Europa hacían referencia. Sin embargo, esas naciones intraeuropeas existen, como se demuestra por lo que ahora diremos. Los medios de comunicación –desplazamiento de personas, transferencia de productos y transmisión de noticias– han aparentemente aproximado los pueblos y unificado enormemente la vida del planeta, y más aún la de los europeos. Pero en realidad, se trata de una entusiasta, aunque ilusoria, anticipación de lo que con el tiempo irá ocurriendo, y hacia lo que todavía estamos transitando, escudriñándolo en la lejanía. Esa cantidad de noticias que llegan tan rápidamente y tan inmediatamente informadas según ocurren ha creado en los pueblos que las reciben el espejismo de que saben de forma consistente lo que pasa en los que las emiten. Y eso en Europa coexiste con el distanciamiento moral que ha supuesto el debilitamiento de las vigencias colectivas. Lo cual conlleva un grave peligro de intromisión al respecto del cual es preciso advertir. “Sabido es que el ser humano no puede, sin más ni más, aproximarse a otro ser humano (…) Siempre fueron menester grandes precauciones para acercarse a esa fiera con veleidades de arcángel que suele ser el hombre. Por eso corre a lo largo de toda la historia la evolución de la técnica de la aproximación, cuya parte más notoria y visible es el saludo”. El saludo del tuareg en el desierto, acostumbrado como está a la soledad, comienza desde una gran distancia, y puede transcurrir a lo largo de tres cuartos de hora de aproximación paulatina. Es el requisito necesario para amortiguar la entrada de un visitante dentro del habitual perímetro de soledad que aquel viene a trastocar. En la China y el Japón, donde, por el contrario, la densidad humana es especialmente alta y a cada paso uno se tropieza con algún congénere, el saludo está mediatizado por normas de cortesía especialmente complejas, también orientadas a mantener la distancia necesaria en los encuentros entre unos y otros que garanticen no ser invasivos. Hasta el punto de que incluso los pronombres personales se convierten en impertinencias. “Por eso el japonés ha llegado a excluirlos de su idioma, y en vez de “tú” dirá algo así como “la maravilla presente”, y en lugar de “yo” hará una zalema y dirá: “la miseria que hay aquí”. Así que, si tantas precauciones son necesarias en el simple encuentro entre los individuos, considérense los peligros que puede reportar la aproximación tan apabullante entre los pueblos que ha supuesto el incremento superlativo de los medios de comunicación. En los tiempos en que Ortega escribía el “Epílogo para ingleses”de “La rebelión de las masas”, advertía de la invasión que suponía que grandes grupos sociales norteamericanos o ingleses intervinieran con sus opiniones en la Guerra Civil Española que entonces se estaba produciendo. “Sostengo que la injerencia de la opinión pública de unos países en la vida de los otros es hoy un factor impertinente, venenoso y generador de pasiones bélicas, porque esa opinión no está aún regida por una técnica adecuada al cambio de distancia entre los pueblos. Tendrá el inglés o el americano todo el derecho que quiera a opinar sobre lo que ha pasado y debe pasar en España, pero ese derecho es una iniuria si no acepta una obligación correspondiente: la de estar bien informado sobre la realidad de la guerra civil española, cuyo primero y más sustancial capítulo es su origen, las causas que la han producido”. La numerosa información que recibe la opinión pública de otros países hace suponer a sus receptores que tienen la suficiente como para poder opinar sobre los graves asuntos que afecten al país emisor. Pero esos asuntos no se han producido de la misma forma súbita que han llegado hasta el receptor externo, sino que tienen normalmente una larga historia por detrás. El pueblo inglés, por ejemplo, erró gravemente con su pacifismo anterior a la Segunda Guerra Mundial –con el que se pretendía apaciguar a Hitler– por saber muy poco de lo que realmente estaba aconteciendo en los demás pueblos hacia los que se dirigía su pacifismo. Esas tomas de opinión precipitadas acaban así adquiriendo el carácter de intervención, y así se lo toman en el pueblo que recibe la misma al comprobar la incongruencia entre la opinión emitida por los otros países y lo que efectivamente ha pasado. Einstein (4º por la izquierda) y Ortega (2º) en Toledo, en 1923 Y eso es precisamente lo que ocurrió en este caso y sobre lo que Ortega apercibe: “Mientras en Madrid los comunistas y sus afines obligaban, bajo las más graves amenazas, a escritores y profesores a firmar manifiestos, a hablar por radio, etc., cómodamente sentados en sus despachos o en sus clubs, exentos de toda presión, algunos de los principales escritores ingleses firmaban otro manifiesto donde se garantizaba que esos comunistas y sus afines eran los defensores de la libertad. Evitemos los aspavientos y las frases, pero déjeseme invitar al lector inglés a que imagine cuál pudo ser mi primer movimiento ante hecho semejante, que oscila entre lo grotesco y lo trágico (…) Desde hace muchos años me ocupo en hacer notar la frivolidad y la irresponsabilidad frecuentes en el intelectual europeo, que he denunciado como un factor de primera magnitud, entre las causas del presente desorden (…) Hace unos días, Alberto Einstein se ha creído con “derecho” a opinar sobre la guerra civil española y tomar posición ante ella. Ahora bien, Alberto Einstein usufructúa una ignorancia radical sobre lo que ha pasado en España ahora, hace siglos y siempre. El espíritu que le lleva a esta insolente intervención es el mismo que desde hace mucho tiempo viene causando el desprestigio universal del hombre intelectual, el cual, a su vez, hace que hoy vaya el mundo a la deriva, falto de pouvoir spirituel”. Y acto seguido resalta Ortega la incongruencia de esa opinión divulgada en Inglaterra cuando hacía poco que el Partido Laborista había rechazado por amplísima mayoría la formación de un Frente Popular en Inglaterra, y, sin embargo, pontificaban tales laboristas a favor de eso mismo en otros países como España. Frente a ese intervencionismo a la ligera que presupone que se está informado de lo que ocurre en otras naciones porque los medios de comunicación han acabado con las fronteras, hay que dejar claro que las naciones existen y que “eso que son las naciones constituye una formidable realidad situada en el mundo y con que hay que contar. Era un curioso internacionalismo aquel que en sus cuentas olvidaba siempre el detalle de que hay naciones”. De ese intervencionismo invasor que hoy se sigue produciendo en Europa somos víctimas cualificadas los españoles, que vemos cómo terroristas que han atentado en nuestro país o golpistas que atentan contra nuestro orden institucional encuentran acogida y amparo en otras naciones de Europa. Si hoy las naciones europeas sufren una grave crisis que las ha llevado a la desorientación y al declive de los valores que las han sostenido a lo largo de siglos, es que quien realmente es la depositaria de la crisis es Europa. Y eso acontece porque lo que ha entrado en crisis es la fe común, la fe europea, el conjunto de vigencias que han sustentado la sociedad europea. Lo cual es a su vez anuncio de que las naciones europeas han llegado a su tope como tales y que lo que institucionalmente ha de seguir es dar un paso adelante en la organización jurídica y política de una Europa integradora. Pero no se trataría de una internacionalización, porque entre las naciones no hay sociedad, solo vacío. “Europa será una ultra-nación”, porque no se trata “de laminar las naciones, sino de integrarlas, dejando al Occidente todo su rico relieve”.