[1] O y G: “La inteligencia de los chimpancés”, O. C. Tº 3, p. 577. [2] O y G: “La inteligencia de los chimpancés”, O. C. Tº 3, pp. 578-79. [3] O y G: “La inteligencia de los chimpancés”, O. C. Tº 3, p. 578. [4] O y G: “Oknos el soguero”, O. O. Tº 3, p. 596. [5] O y G: “Los “nuevos” Estados Unidos”, O. C. Tº 4, p. 358. [6] O y G: “Goethe desde dentro”, O. C. Tº 4, p. 386. [7] O y G: “Los “nuevos” Estados Unidos”, O. C. Tº 4, p. 358. [8] O y G: “Los “nuevos” Estados Unidos”, O. C. Tº 4, p. 358. [9] O y G: “Los “nuevos” Estados Unidos”, O. C. Tº 4, p. 359.
MIS LECTURAS DE ORTEGA-Inteligencia animal e inteligencia humana
Por Javier Martínez Gracia @JaviMgracia
Los psicólogos de la gestaltdicen que buena parte del aprendizaje humano se produce por insight, es decir, por la comprensión repentina de algo. Esto significa que el paso de la ignorancia al conocimiento ocurre con rapidez, “de repente”, una vez que se descubre una estructura que une de una manera inédita y efectiva los elementos presentes. Wolfgang Köhler (1887-1967), el principal representante de la psicología Gestalt, demostró que esa forma de aprendizaje, ese insight, era algo que algunos animales, concretamente los monos con los que experimentó, también llegaban a realizar. Comprobó cómo esos monos eran capaces de organizar los elementos presentes en una concreta situación para conseguir un objetivo: se subían, por ejemplo, a un cajón, incluso a dos que amontonaban, que hasta entonces formaban parte del escenario como algo ajeno a la situación, para alcanzar plátanos que estaban demasiado altos; o utilizaban un palo, incluso enganchaban dos cañas, dentro de su jaula, para con su ayuda alcanzar otros plátanos a los que no llegaban con la mano. “El animal parece haber entendido el nexo ideal que se establece entre un objeto y una finalidad, merced al cual el objeto se convierte en medio para otra cosa”[1]. No hay motivo para no considerar eso como conducta inteligente: “La inteligencia es, pues, la percatación de relaciones entre las cosas; es ver a éstas como miembros de una estructura, en la cual cada una tiene su papel, su “sentido”. Un ser que al cambiar la situación o estructura perciba el cambio de papel, de “sentido” de las cosas integrantes, a pesar de que visualmente siguen siendo las mismas, es un ser inteligente”[2]. Fracasado el intento natural de alcanzar el plátano con la mano, y antes de dar con la solución, se quedaban los chimpancés de Köhler quietos, como si hubieran desistido, hasta que reestructuraban mentalmente los objetos presentes y, de repente, utilizaban el instrumento. Un animal “ha creado un instrumento. Ya no puede definirse al hombre como homo faber”[3]. Los chimpancés Grande y Sultán en la Casa Amarilla (Tenerife), donde se realizaron, a principios del siglo XX, las primeras investigaciones relacionadas con la conducta humana a partir de la observación y el estudio de primates Efectivamente, los hombres, cuando ejercitamos nuestra inteligencia, hacemos lo mismo que aquellos monos, estructurar los elementos presentes en cada situación, hasta entonces aislados e inconexos, pero con una diferencia: incluimos en esa recomposición de los elementos otros que no están presentes, elementos que nos aporta la memoria y, de su mano, la imaginación. La primera imagen de algo ausente fue, por tanto, un recuerdo. El primer recuerdo, hay que pensar que por la fuerza emocional que le acompañaba, fue la imagen de alguien querido pero ausente. Si fuera así, el momento en que empezamos a hacer ritos funerarios señaló también aquel en el que apareció la imaginación, es decir, el género humano. “El sepulcro es tal vez el primogénito de la cultura. “A la piedra —dice Bachofen— que indica el lugar del enterramiento está adherido el culto más antiguo; a la construcción sepulcral, el más antiguo edificio religioso; al adorno de la tumba, el origen del arte y la ornamentación””[4]. Podríamos diferenciar la fantasía de la imaginación, reservando solo para esta última la capacidad de ordenar los elementos presentes, recordados o vislumbrados en una estructura que permite una nueva adecuación a la realidad. El psicoanálisis de Freud también utiliza el concepto de insight para referirse al momento en el que un paciente acaba por descubrir una relación entre componentes de su personalidad que hasta ese momento permanecía ignorada y que le permite un paso adelante significativo en su proceso psicoterapéutico. Los productos de la imaginación se decantan finalmente, en su forma más acabada, como conceptos o ideas. La razón trabaja con esos conceptos. Un concepto es una generalización, analogía o relación entre partes a raíz de observaciones en las que se descubre un patrón común. Lo peculiar en el hombre, como decimos, es que realiza esas generalizaciones, analogías o relaciones no solo a partir de lo que ve en el momento, sino también de imágenes que extrae de su memoria. Jung añadiría que esa conceptualización puede provenir de una cierta propensión a incluir lo que observamos o experimentamos en un patrón que, efectivamente, guarda nuestra mente, pero esta vez en esa parte de ella que constituye el inconsciente colectivo, y que precede a cualquier observación. De todas formas, esa implicación del inconsciente colectivo en la conformación de patrones sería asimilable a la memoria, por el mismo motivo por el que Platón decía que guardamos en la mente la memoria de las ideas o arquetipos de los que tuvimos experiencia antes de nacer. En contraste con estos humanos modos de discurrir, “es probable que las ideas del animal no sean estables y posean un carácter de ideas-relámpagos, de “ocurrencias” que no se solidifican en su mente y por esto no llegan a ser “ideas generales”. Pero este defecto de su inteligencia se debe más bien a insuficiencia de otra facultad que no es el pensamiento: a falta de memoria”[5] (valdría decir también que a falta de nostalgia, de duelo por la pérdida... de religiosidad, según lo dicho antes). Ideas de los animales que podríamos considerar magníficas, como las que mostró Köhler en sus experimentos con monos, no las saben conservar, no les sirven para la vez siguiente, porque se dedican a vivir apegados al momento. Resulta curioso, por paradójico, el hecho de que el valor decisivo de la memoria en los hombres no se lo otorga tanto el pasado como el futuro. “La memoria no es sino un culatazo que da la esperanza”[6]. Y es que “la vida, lo mismo en el animal que en el hombre, es una faena que se hace hacia adelante. Es afrontar la situación que en cada nuevo momento sobreviene”[7]. Vivimos de cara a ese futuro más inmediato o más lejano que viene hacia nosotros planteándonos problemas. Y ante esos problemas reaccionamos interpretando lo que pasa, confrontando cada nueva circunstancia con las pasadas que conservamos en la memoria, en suma, contraponiendo ideas, conceptos, a los problemas que se nos presentan. “De este confrontamiento surge un esquema o figura ideal de la nueva situación en vista de la cual el ser viviente resuelve una actitud. Hay, pues, una construcción imaginativa del inmediato porvenir, de lo que va a pasar, de lo que va a ser el contorno en relación con el sujeto. Parecerá extraño, pero es la pura y simplicísima verdad: vivir es una obra de imaginación”[8]. Esa imaginación se construye articulando el material que nos entrega la memoria con las percepciones o imágenes presentes, y con el objeto de afrontar los problemas que de cara al futuro se nos presentan. El animal tiene poca imaginación porque tampoco tiene mucha memoria, añade muy poco a los hechos estrictos que ocurren ante él, y solo se preocupa de lo que inmediatamente le pasa. El hombre, por el contrario, anticipa para cada paso que da todo lo que habrá de venir después, hasta llegar a preguntarse finalmente por el sentido de su vida. “El hombre es el único viviente que para vivir necesita darse razones de existir”[9]. Necesita justificar su existencia, no simplemente existir. Y, en fin, el pasado viene a ser el instrumento que utilizamos para preparar el futuro, un futuro, un plan de vida con el que podamos justificarnos.
[1] O y G: “La inteligencia de los chimpancés”, O. C. Tº 3, p. 577. [2] O y G: “La inteligencia de los chimpancés”, O. C. Tº 3, pp. 578-79. [3] O y G: “La inteligencia de los chimpancés”, O. C. Tº 3, p. 578. [4] O y G: “Oknos el soguero”, O. O. Tº 3, p. 596. [5] O y G: “Los “nuevos” Estados Unidos”, O. C. Tº 4, p. 358. [6] O y G: “Goethe desde dentro”, O. C. Tº 4, p. 386. [7] O y G: “Los “nuevos” Estados Unidos”, O. C. Tº 4, p. 358. [8] O y G: “Los “nuevos” Estados Unidos”, O. C. Tº 4, p. 358. [9] O y G: “Los “nuevos” Estados Unidos”, O. C. Tº 4, p. 359.
[1] O y G: “La inteligencia de los chimpancés”, O. C. Tº 3, p. 577. [2] O y G: “La inteligencia de los chimpancés”, O. C. Tº 3, pp. 578-79. [3] O y G: “La inteligencia de los chimpancés”, O. C. Tº 3, p. 578. [4] O y G: “Oknos el soguero”, O. O. Tº 3, p. 596. [5] O y G: “Los “nuevos” Estados Unidos”, O. C. Tº 4, p. 358. [6] O y G: “Goethe desde dentro”, O. C. Tº 4, p. 386. [7] O y G: “Los “nuevos” Estados Unidos”, O. C. Tº 4, p. 358. [8] O y G: “Los “nuevos” Estados Unidos”, O. C. Tº 4, p. 358. [9] O y G: “Los “nuevos” Estados Unidos”, O. C. Tº 4, p. 359.