Cuando me refiero a la lectura uso el posesivo para subrayar el valor que confiero a los libros: son míos, los hago míos porque lo que cuentan, enseñan o describen pasa a formar parte de mi experiencia vital, de mis conocimientos y hasta de mis expectativas y sueños. Son tan míos como la ropa que visto, las gafas que uso y los alimentos que consumo: todo ello me permite vivir y desarrollarme como persona. Pero más importante que el ropero o la despensa es mi biblioteca, puesto que aquellos guardan cosas perecederas y sustituibles, pero esta conserva un tesoro que no hace más que crecer y enriquecerse; es decir, me enriquece y amplia mi visión del mundo, de la realidad y de mí mismo. Por eso, los libros que poseo son míos, en sus páginas está el rastro de mi vida, de mis preocupaciones y de mis deseos. Las frases subrayadas y los apuntes en los márgenes descubren lo que fui, lo que quería ser, lo que perseguía, mis inquietudes y lo que, en definitiva, soy.
Los títulos delatan mis gustos y ambiciones, pero también mis afanes por huir de un presente que me limita o condiciona, de escapar de mí mismo, trascender los límites de lo que soy. Me permiten ser otro, compartir otras vidas y disfrutar de experiencias ajenas. Los libros constituyen vivencias y emociones, a veces frustraciones, que alimentan nuestro espíritu y conforman la materia de nuestros pensamientos, lo que brota de nuestro interior, de nuestra existencia. No concibo la vida sin los libros y la lectura, puesto que me ayudan a expandir el alma y poseer múltiples perspectivas de la realidad, del mundo y de la vida, superar las fronteras de nuestra propia experiencia física e intelectual. Por todo ello, los libros que adquiero, los libros que leo siempre los considero míos, me pertenecen y forman parte de mí, como mis ideas, mi formación, mi cultura y mis sentimientos. Sin libros mi identidad se licuaría, mis ojos se empañarían y mi vida se constreñiría a la mera subsistencia, indiferente de todo conocimiento no instrumental. No existe objeto más preciado para mí que el libro, puesto que es la base de la cultura, la ciencia y la espiritualidad que nos hace humanos, elevándonos sobre la animalidad de la que surgimos. Todos mis libros son, por tanto, míos, pues a través de mis ojos han llegado a mi alma. Y no me desprendería de ellos por nada del mundo. Constituirán mi más preciado legado y la memoria más fidedigna de lo que fui: un amante de los libros y un lector empedernido que, incluso, intentó escribir.