Yo he sido miedosa desde que nací: me daba miedo la oscuridad, los extraterrestres, los fantasmas, hasta tuve una temporada que me daba miedo el cuadro del pasillo de casa (ese que llevaba ahí desde el primer día). Conforme nos vamos haciendo mayores los miedos van cambiando, vamos tomando conciencia de lo que es real y lo que no y eso es todavía peor.
Si nos paramos a pensar en lo compleja que es la vida, los problemas, las dificultades, a pensar que no estaremos aquí para siempre dan ganas de ponerse a temblar, menos mal que nuestro cerebro no está programado para pensar muy a fondo en ello (sino todos estaríamos locos); y cuando estas ideas se acercan por nuestra cabeza son más bien (por lo menos en mi caso) para recordarnos lo importante que es disfrutar de cada segundo de esta vida.
Cuando te conviertes en madre aparecen millones de miedos nuevos, pero a la vez te haces más fuerte, aparece una fuerza interior que te impulsa a hacer cosas que antes no habías podido hacer por nada ni por nadie por mucho que lo hubieras intentado: por ejemplo espantar una avispa que va a picar a tu hijo siendo que antes veías una y casi te echabas a correr, estar con él mirando por la ventana mientras hay una tormenta para que lo vea como algo normal cuando en realidad siempre te han asustado mucho los rayos y los truenos, o decirle que no pasa nada si se va la luz en casa y conseguir convertirlo en algo divertido cuando antes en la misma situación casi no podías ni moverte (si muchos de estos ejemplos son reales, ya os he dicho que siempre he sido muy miedosa…;-) )
Personalmente no quiero trasmitir mis miedos a mi hijo, ni que estos le afecten de ningún modo. El tendrá sus propios miedos y yo estaré ahí para ayudarle, pero no quiero que dependan de mí; por ello este verano he decido enfrentarme a una situación a la que tengo verdadero pánico: montar en avión.
He viajado por todo el mundo y nunca he tenido ni siquiera respeto por los aviones, pero un vuelo con turbulencias y un tiempo posterior sin viajar comenzó a crear ciertas dudas en mí, así que la siguiente vez que monté decidí que no lo haría nunca más.
Probé con cuatro vuelos (Madrid-Praga, Praga-Minsk y viceversa), y cada uno de ellos fue peor, me sentí fatal hasta terminar con un ataque de ansiedad horroroso. Mi marido me dijo que no montaba nunca más conmigo en avión y yo decidí que si bajaba de allí no lo hacía ni por todo el dinero del mundo. Tanto fue así que durante todo nuestro viaje de novios nos desplazamos por medio de trenes (menos mal que nuestro destino era Escocia…)
Durante el último año había pensado varias veces en intentarlo, pues no quería que mi miedo pudiera afectar a mi hijo y fue después de escuchar a Joana de Mamas Viajeras en el Congreso de Madresfera cuando me terminé de convencer. Sólo habló cinco minutos pero me hicieron recordar mi gusto y mis ganas por viajar, mi ilusión por llegar a muchos rincones del mundo, mis ganas de disfrutar cada segundo de mi vida con mi familia y me decidí…tenía que ser un destino muy especial, y así va a serlo pues voy a poder cumplir uno de mis viajes soñados: Disneyland con mi familia (el otro es Laponia y lo dejo para dentro de unos años más).
Así que después de 7 años voy a enfrentarme a mi mayor miedo, tengo una mezcla de nervios (que seguro van aumentando conforme se acerque la fecha), y orgullo (por haber tenido valor de por lo menos intentarlo). A la vuelta os contaré si conservo algo de dignidad o la he perdido toda en esos viajes (que por incompatibilidad de otros medios de transporte van a tener que ser dos vuelos: ida y vuelta, pues mi primera idea era probar de momento sólo con la ida…)
Es curioso, pues no hay nada en este mundo que nos de la fuerza que nos dan nuestros hijos: nada.
Mi hijo me enseñó a luchar por él desde que estaba en la tripa, a ser fuerte y a salir adelante con todo, desde que nació nos ha enseñado lo que es la felicidad, lo que es el verdadero amor; hemos conocido un punto de vista diferente de este mundo, hemos aprendido a valorar más las cosas, a saber que es realmente importante, he decidido “renunciar” a muchos miedos, enfrentarme a mi mayor temor, y 7 años después intentarlo por él, por los momentos en familia que nos esperan, por verle la carita de felicidad cuando se vea un poquito más cerca de la luna, cuando atraviese las nubes, cuando se vea en París y le saluden las princesas.
Es algo que nunca hubiera hecho por dinero, y que ahora voy a hacer “sólo” por amor.