Esto funciona siempre igual. Termina un año, te miras al espejo, y te das cuenta de lo feo que eres que quieres cambiar algo en tu vida, así que comienzas a hacerte promesas estúpidas, clónicas y siempre sobre los mismos tópicos, que sabes que no cumplirás. "Voy a ir al gimnasio todos los días", "Esta vez dejo de fumar de verdad, que a la quincuagésima-segunda, va la vencida". "A la novia de pepe, ahora sí que sí, sólo para tomar café". Y un largo etcétera que, repito, nunca vas a cumplir.
A no ser, claro, que estemos hablando de videojuegos. Ahí ya pisamos terreno pantanoso. Es un tema que te toca la fibra. No permites bromas sobre videojuegos, porque tu honor de paladín leveleado al 80 no te lo permite. Con el vicio, amigos, no se juega, por paradójico que suene. Y si uno hace una promesa, pobre de él como no la cumpla. Y sobre eso trata esta pequeña entrada, sobre las cuatro estupideces que se me ocurrieron en el lapso de tiempo que iba desde la cena de ayer hasta el mediodía de hoy y que se han convertido en propósitos videojueguiles de año nuevo. Comencemos…
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