De vez en cuando surgen películas que trascienden lo meramente cinematográfico y son capaces de emitir un mensaje que se instala en lo más profundo del espectador de manera más o menos duradera. En el pasado, en los años dorados del cine, este fenómeno era bastante común, pues el cine era entretenimiento, sí, pero también era considerado un arte, cuyos responsables se esforzaban en realizar una labor de calidad, enviando así un mensaje al patio de butacas. En estos tiempos parece que el relevo de esta forma de hacer las cosas lo han tomado (quien lo diría) las series de televisión, que viven una época muy brillante. El cine parece (aunque hay abundantes excepciones) haber quedado relegado a mero espectáculo de fuegos de artificio. Por eso es grato encontrar de vez en cuando una realización que sepa contarnos una historia con sencillez y humanidad.
Germain (un magnífico Gérard Depardieu en uno de los papeles por los que será más recordado) es un hombre maduro al que la vida no le ha tratado demasiado bien. Es un hombre simple, sin cultura, un buenazo objeto de las bromas de sus amigos que sobrevive en un pueblecito realizando trabajos de toda índole. Vive junto a su madre, que parece odiarle. De vez en cuando le asaltan recuerdos de su infancia que le traumatizan: su paso por la escuela fue una continua humillación, en la que eran cómplices profesores y alumnos. Germain vive su vida sin horizontes, sin ilusiones, como por inercia. Esto va a cambiar inesperadamente cuando conozca a Margueritte, una simpática anciana que le irá poco a poco aficionando al mundo de la lectura.
"Mis tardes con Margueritte" nos recuerda algo fundamental: que las historias que recogen los libros pueden ayudar a cualquiera a elevarse sobre su realidad y enriquecerlo como persona. Germain va a ir ganando progresivamente seguridad en sí mismo, se va a ir dando cuenta de que el mundo no acaba en los estrechos límites del pueblecito donde vive, sino que puede viajar cuando quiera a través de la letra impresa, conocer otras vidas e incluso permitirse el lujo, en un alarde de autoestima, de hablar con soltura acerca de la literatura de Albert Camus frente a sus asombrados amigos. Un nuevo Germain ha descubierto los límites del viejo y se lanza con entusiasmo a su nueva vida de permanentes descubrimientos. Nunca es tarde, eso es algo que nunca se debe olvidar.
En lo personal, siempre me alegra ver en los clubes de lectura a los que asisto a personas de cierta edad que renuncian a la comodidad de ver programas de televisión y se lanzan con fervor militante a la lectura y discusión de todo tipo de libros. Algunos llegan con un bagaje de años de lecturas, otros están recién llegados y descubren un mundo tan infinito como insospechado. Hay muchas Marguerittes en el mundo dispuestas a seducir con un buen libro. En el mundo de la lectura, lo difícil es dar el primer paso. Una vez conseguido, es difícil sustraerse del vicio. Unos libros llevan a otros y al final llegan a ser una parte fundamental de la propia existencia, algo que, junto a otros muchos elementos, nos define como personas.
Resulta curioso que la puerta de entrada de Germain sea precisamente "La peste", de Albert Camus, una novela que nos habla de los males del mundo, pero también de la importancia de la libertad. Es un tópico decir que la lectura nos hace libres, pero, si quieren ustedes comprobarlo, acudan al cine y déjense llevar por esta historia pequeña y conmovedora.