Jorge Luis Borges, Debols!llo.
Si Montaigne no le dijo nada a Quevedo es más problema del segundo que del primero. El mundo de Quevedo era más pequeño. Y qué es eso de que éste “Ignoró la sonrisa y la ironía y le complacía la cólera”. Borges mismo nos está diciendo con esto que no estaba hecho para la grandeza. Es cierto que Quevedo era un antisentimental. Pero serlo no conduce necesariamente a la rigidez. El humor y la fina ironía de Montaigne y de otros grandes no eran compatibles con la cólera. Otro ejemplo: su ensayo sobre Macbeth. También se lamenta Borges de que Macbeth no esté por encima de Hamlet. Y para justificar su preferencia dice: “Hamlet, el dandy epigramático y enlutado de la corte de Dinamarca, que, lento en las antesalas de la venganza, prodiga concurridos monólogos y juega tristemente con la calavera mortal, ha interesado más a la crítica, ya que estaban en él de modo profético tantos insignes caracteres del siglo XIX: Byron, Edgar Allan Poe, Baudelaire y aquellos personajes de Dostoievski que exacerbadamente se complacen en el moroso análisis de sus actos” (p. 158).
¿De dónde sacó Borges la similitud de Hamlet con estos autores y personajes? Es curioso, en primer lugar, que Borges no capte la inteligencia de Hamlet, que está por encima de cualquier otro personaje de la literatura, como también lo es que no distinga entre Poe, ni cualquiera de sus escritos, y Hamlet. La impresión que deja Miscelánea es que Borges se extravió en la selva literaria. Menos mal que fue un buen creador.
Javier Vélez AcostaLibélula Libros