Miserias de la posguerra española

Por Cayetano

Tras la Guerra Civil y el triunfo del general Franco, los años cuarenta y parte de los cincuenta fueron muy duros para los españoles. Años de aislamiento internacional, privaciones, censura, represión, miedo y hambre. Años terribles de penurias y cartillas de racionamiento.  Con el hambre y la escasez floreció el estraperlo, o mercado negro, del que se beneficiaron algunos desaprensivos que hicieron fortuna con la miseria ajena. Artículos como el aceite, el bacalao o el tocino se convertían en artículos de lujo. El chocolate que se comía estaba hecho de una pasta terrosa a base de algarrobas, el pan era negro y las lentejas estaban pobladas de bichos y piedras. El café era como el caviar, escaso y caro. En su lugar se tostaba algún cereal o se consumía achicoria, un sucedáneo infame. Desde 1939 hasta 1952 estuvieron presentes en la vida de los españoles estas cartillas de racionamiento que obligaban a muchos a una dieta obligada.  Vuelve a hacerse presente esa España del hambre y del atraso tan conocida durante nuestra Edad Moderna, la España del Lazarillo, la de Rinconete y Cortadillo, la del Siglo de Oro con su procesión de pícaros y de siniestros personajes como el Dómine Cabra de Quevedo.  Y como en toda época de privaciones, reaparece el humor negro. Ese humor que hacía que Lázaro de Tormes estrellara al ciego contra el pilar de piedra o que pintaba una imagen del hidalgo escarbándose los dientes en la puerta de su casa para que lo vieran los vecinos, como si hubiera acabado de comer, regresa ahora en forma de pluriempleado padre de familia que sueña con llevar a su familia a la playa a comer marisco y su sueldo no le da más que para unas sardinas de lata, en forma de bocadillo envuelto en papel de periódico, que era el envoltorio típico, y poder pagar la radio comprada a plazos.  Si en el Siglo de Oro fueron la pintura y la literatura los vehículos encargados de contarnos las penalidades de nuestros paisanos, ahora son el cine, la radio y el cómic, llamado entonces tebeo, los que nos dan cuenta de ello. Y así nos encontramos, por ejemplo, con la figura de Carpanta, de José Escobar, siempre pasando hambre y soñando con un pollo asado bajo el puente donde vive. O las penurias de las chicas de pueblo que se van a servir a la ciudad: Petra, criada para todo, también de Escobar. No faltan ni el autoritarismo del “pater familias” en Zipi y Zape, de Escobar, ni las agresiones verbales y físicas o las familias mal avenidas: Las hermanas Gilda, La familia Cebolleta, ambas de Manuel Vázquez.  

En la radio, una serie de gran audiencia, Matilde, Perico y Periquín, siempre terminaba con castigo físico del progenitor hacia el niño travieso. Recuerdo siempre que finalizaba cada episodio con el llanto de Periquín diciendo aquello de “¡Nooo, a nene pupa nooo!” Hoy hablaríamos de malos tratos.  En nuestro cine, muy influenciados por el neorrealismo italiano, nos encontramos a Juan Antonio Bardem o a Luis García Berlanga y a un guionista de excepción: Rafael Azcona. Y de esta forma nos topamos con películas como Plácido, de Berlanga con guión de Azcona, o siente a un pobre en su mesa esta Navidad y deje su conciencia tranquila, el atraso rural y confiado de Bienvenido, Mister Marshall, también de Berlanga. Guiones de Azcona para las películas El pisito, El cochecito, El verdugo, etc., son espejo y denuncia de una época, su atraso y su miseria moral. Paralelamente se desarrolló una filmografía nacional dirigida o auspiciada por el régimen donde se resaltaran las cualidades del auténtico español o las virtudes patrias: “Raza”; “A mí la legión”; “Franco, ese hombre” o “Marcelino, pan y vino”. 
Capítulo perteneciente a “Historias que no son cuentos”, ed. Art Gerust Pedidos a la editorial.
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