Misión a Marte (2000)

Publicado el 10 junio 2013 por Vigilis @vigilis
Tienes presupuesto, un director reconocido, actores meritorios, una trama que incluye un viaje espacial, alienígenas, una explicación del origen del hombre... con todo esto, hacer un mojón de película es un crimen. Son muchas y variadas las causas que hacen que Misión a Marte se estrelle.
En primer lugar, tienes a Brian de Palma, un director sobrevalorado que ciertamente dirigió algún peliculón (El precio del poder, 1983). Sin embargo, se trata de un director que lo pones a hablar de Marte y de cosas molonas y se pierde. Su famosa generación de directores que subieron muy alto muy rápidamente en los 70 y 80 —Lucas, Palma, Scorsese...— es uno de los grandes engaños de Hollywood. Estos directores son de género: igual que no pones a George Lucas a dirigir Scarface, no puedes poner a Brian de Palma a dirigir a unos astronautas. No le mola el rollo y se nota.
Luego están los actores, encabezados por el teniente Dan y Tim Robbins. Confiamos en Tim Robbins para que salve una película que nace herida de muerte y ¿qué ocurre? Que nadie se cree a Tim Robbins de astronauta. Es más, se lleva a su mujer en la misión y se pone a bailar con ella en gravedad cero. ¿Qué me estás contando Tim Robbins? Anda, vete a hacer de granjero y despluma un pollo poniendo cara de "la vida es muy dura". Pesado.

Típico espectador cuando empieza la película.

¿De qué va?
Tim Robbins está haciendo una barbacoa en su casa —en serio, empieza así, ¿por qué? porque quien hizo esta película odia la ciencia ficción, el espacio y todo lo bueno y bello que existe—. La fiesta es por la primera misión a Marte e invita a sus amigos astronautas. Mientras le da un cachete en el culo a su joven y atractiva esposa, le pone una mano en el hombro al teniente Dan, que acaba de perder a su mujer tras meses de horribles estertores y sufrimiento.
—Eh, tío, sabes que siento mucho lo de tu mujer y que me tienes aquí para lo que sea. Pero discúlpame un momento que ahora tengo que besar muy fuerte en la boca a mi esposa —Tim Robbins es así.

Si haces girar esa rueda, el resto de la ISS giraría en sentido contrario. Pero EH.

Total, que el teniente Dan no puede ir en esa misión porque tiene depresión y Tim Robbins y su mujer tampoco van porque esperan ir en la siguiente misión. Quien sí va es Paul Rusesabagina, gerente de un hotel en Kigali. La misión va estupendamente y el teniente Dan y Tim Robbins, junto a más personas, monitorizan la misión desde una estación espacial que tiene gravedad mágica y acepta turistas.
Como los satélites y telescopios no existen, cuando los astronautas ven un cristal raro en una montaña, van a averiguar qué es. Y van todos al mismo tiempo, porque ninguno fue adiestrado correctamente y se pasan los protocolos de las misiones espaciales de la NASA, conocidos desde tiempos del Apollo, por el belfo. Se acercan a la montaña y algunas piedras empiezan a flotar. En lugar de salir como alma que lleva el diablo, siguen avanzando.
—Vaya, aquí hay un fenómeno desconocido, sigamos todos juntos avanzando —dice uno.
—No tenemos otra cosa que hacer —contestan los demás.

Todo bien.

¿Y qué ocurre? Que surge una especie de mini-huracán malvado que engulle a los astronautas y les da vueltas en el aire hasta destrozarlos. Afortunadamente el hutu que hizo hostelería sobrevive y consigue enviar un mensaje a la estación espacial en la órbita terrestre. Traumatizado por ver morir horriblemente a sus compañeros o por el guión tan malo que le obligan a recitar, apenas da ninguna información y luego, la transmisión se corta.

Ojo al monitor de la derecha.

Fácilmente los astronautas de la siguiente misión se ponen manos a la obra y la NASA decide que el teniente Dan ya está listo para ir a Marte. Se montan en la nave y van a Marte. Por el camino, el teniente Dan, horriblemente traumatizado por la muerte de su mujer, el pobre hombre sin levantar cabeza, tiene que soportar cómo Tim Robbins y su mujer bailan en gravedad cero y están todo el día haciéndose arrumacos.
—Eh, teniente Dan, que de verdad somos colegas —le dice siempre Tim Robbins mientras agarra por la cintura a su santa.
Cuando llegan a la órbita marciana, una lluvia de meteoritos rompe el depósito de gasolina de la nave y empiezan a suceder cosas terribles y mágicas. La nave deja de ser útil porque está muy mal y deciden salir al espacio y enganchar un módulo de reavituallamiento que —menuda suerte— andaba por ahí cerca. Salen al espacio con los trajes y como parece que no van a llegar, Tim Robbins usa su jetpack para alcanzar el módulo y engancharle una cuerda. Mágicamente consigue enganchar la cuerda al módulo pero se pasa de frenada (chúpate esa, Tim Robbins). Su mujer, desconsolada y viéndose ante la posibilidad de ser viuda y tener que tratar con un montón de abogados para arreglar los papeles de su marido astronauta. Usa su jetpack para tratar de alcanzar a Tim Robbins. Pero Tim Robbins sabe que no tiene gasolina para volver, así que no ve mejor forma que sacarse el casco y morir para que su mujer vuelva con los demás al módulo. Sorprendentemente para quien sabe un poquito de termodinámica, Tim Robbins se congela al instante. Es cierto que en el espacio te acabas congelando, pero no es algo inmediato ya que no hay nada a lo que transmitir el calor. Pero EH, al diablo la termodinámica.
Los astronautas logran amartizar con el módulo de reavituallamiento al lado del campamento base de la primer misión y el teniente Dan pasa a ser el macho alfa. Investigan un campamento que parece abandonado y llegan a una especie de invernadero con plantas donde se puede respirar. Radiación, presión y temperatura no parecen ser problemas a tener en cuenta. Un par de macetas y respiras. Olé tú, Brian de Palma.

Con esto en Marte, la película ganaría mucho.

Ahí se encuentran al hostelero hutu, que se volvió medio loco porque alguna magia hace que ningún satélite marciano funcione. Afortunadamente logró sobrevivir seis meses cultivando tomatitos cherry y pasando de hacer uso de las provisiones reservadas para la misión original de cuatro astronautas. Ok, le gustan los retos.
Como todos los locos en Marte, no se afeitó la barba ni pasó un mal trapo por su traje de astronauta, así, la gente que se ha dormido viendo la película sabe identificar quién es el que sobrevivió al huracán maligno. Después de tratar de matar al teniente Dan, decide dejar su impulso homicida a un lado y les explica que la montaña emite un código musical que lleva escondido un código genético. El caso es que a ese código le faltan dos cromosomas. ¡Dos cromosomas! Yo de genética sólo se lo de los guisantes, pero me basta para, ante esos dos cromosomas, darme a la bebida.
En minuto y medio completan la secuencia genética y deciden enviar un robotito a la montaña para que la emita. Muy bien, Flanagan. El robot la emite y se abre una puerta. Dejan al becario en la nave de escape por si algo sale mal, que regrese a la Tierra y cuente lo que pasa, y los otros tres se meten por la puerta.

Musa dorada, de Constantin Brancusi.

Dentro de la montaña hay mucha luz blanca y está todo limpito. Es como la sala del tiempo que usa Songoku para entrenar. De pronto, se apagan las luces y resulta que están en un planetario que les muestra una animación en 3D. La película se pasa los últimos diez minutos con música de Ennio Morricone contándonos una historia: hace mucho tiempo, Marte estaba habitado, llegó un asteroide muy gordo, reventó el planeta y muchos marcianos salieron en sus naves. Una de esas naves dejó un poco de caviar en la Tierra antes de salir del sistema solar. Esas huevas de esturión mágicas dan pie al inicio de una evolución que comprende millones de especies durante miles de millones de años. De ahí es de donde salimos los humanos, porque todo el mundo sabe que la adaptación al medio de la evolución no tiene en cuenta la aleatoriedad de múltiples mutaciones a lo largo de infinitas generaciones. No, estamos dirigidos desde que nuestros abuelos amebas pululaban la sopa primordial. Si en lugar de los marcianos, fuera Dios el que deja el caviar y arranca nuestra evolución dirigida, la película estaría censurada.

Brian de Palma, ve a que te de el aire un poquito, anda.

A continuación aparece una cuenta atrás. El teniente Dan cree que el planetario es una nave, se despide de sus compañeros que se van al módulo y él se queda ahí porque sí. Al final resulta que ciertamente se trata de una nave y el teniente Dan se va con los marcianos, a donde huyeron hace millones de años, a una galaxia donde nadie oyó jamás hablar de Tim Robbins.

Lávate las manos antes de comer.

Termodinámica y Ley de Gases
Tim Robbins se congela en el espacio y sabemos que eso no sucede así de rápìdo (el espacio está casi vacío). También, en un momento dado, cuando los meteoritos agujerean la nave espacial, abren una lata de refresco para que desde fuera Tim Robbins pueda localizar el agujero. La película muestra cómo el refresco se congela dejando una estalactita saliendo de la superficie de la nave. Igual que con Tim Robbins, el refresco no formaría hielo tan rápido. Es más, antes herviría, ya que no hay presión en el espacio (por esto mismo también los pulmones de Tim Robbins dejarían escapar su aire cuando se saca el casco. Creo que la culpa es de Boyle-Mariotte o de Gay-Lussac, no estoy seguro). Por cierto, espero que al ingeniero que haya diseñado los tanques de combustible sin chivatos que avisen de dónde hay una fuga, haya sido fusilado al amanecer.

Típico espectador después de ver la película.

Más cosas que están MAL
  • Uno de los astronautas (uno que se parece a un presentador del Club Disney, pero yo no quería abrir este melón, porque muchos os perdéis) ve una secuencia de nucleótidos en un monitor y exclama «¡Es ADN humano!». No, a ver, no puedes saber si es humano, un simple galimatías o ADN de un caballito de mar.
  • La película marciana muestra a los humanos como cúspìde del proceso evolutivo en la Tierra, pero el sistema de defensa de la nave alienígena mata a tres humanos porque no los reconoce si no meten una clave. Los marcianos son profundamente malvados y no van a Misa.
  • El cielo marciano no es tan ocre si no hay una tormenta de arena que ponga partículas en suspensión. El cielo marciano es blanco.
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