Misión: los chinos

Por Negrevernis

Yo sólo quería unas servilletas de papel, unos vasos, una cinta adhesiva grande y ancha.
- Vete a los chinos, que allí tienen de todo -me aconseja mi madre.
- Pero, mamá, que ya sabes que a mí no me gustan esas tiendas, que es que te están vigilando todo el tiempo.
- No digas tonterías, Negre -corta, en costumbre, ella.
Servilletas de papel, vasos, cinta adhesiva. Entro. El que parece ser el jefe está hablando por teléfono, pero me detecta según abro la puerta; me ha localizado, así que voy rápidamente al pasillo donde yo creo -donde yo pondría- los vasos, junto a las jarras de cristal y los platos que parecen algo más duraderos. Noto al fondo del pasillo la mirada del jefe, que no deja de hablar por teléfono.
- Pasillo central. Cambio.
No están los vasos, pero al doblar la esquina, allá al fondo, vislumbro entre un montón de bandejas de plástico y botes falsificados de Hello, Kitty la cinta adhesiva grande y ancha, de forma que me apresuro a por ella.
- Localizada. Pasillo lateral 3. Cambio.
Para despistar al jefe me oculto entre los marcos de madera mal acabados y las Barbies de rubio postizo, pero la mujer del jefe, desde la entrada, me ha localizado.
- Pasillo lateral 4. Cambio.
Huyo silenciosamente por el fondo de la tienda: adaptadores, alargadores blancos o grises, una pila de sillas de plástico y un conjunto informe de botellas vacías de cristal. Me tapan tres cestos grandes, donde se apilan sin orden ni concierto cojines multicolores. Me faltan aún los vasos y las servilletas. ¿Tendré que pedir ayuda teléfonica a mi madre?
- Mamá, conecta el GPS, que no encuentro las servilletas y los vasos, que mira que ya te he dicho que no me gustan las tiendas de los chinos.
Hago un quiebro mientras la silueta del jefe hace sombra en el pasillo lateral 1; por el tono de voz, parece que está dando apresuradas indicaciones desde el teléfono. Corretea finalmente a mi vera mientras subo las escaleras: al fondo, casi escondidas, objetos insidiosos, están las servilletas. Los vasos se apilan en una esquina. me agazapo mientras cuento los paquetes que me tengo que llevar.
- ¡Atención, atención! ¡El objetivo ha desaparecido! ¡Atención!
Salgo de mi escondite improvisado cargando a dos manos con tres paquetes dobles de servilletas, cinco tubos de vasos de plástico, la cinta adhesiva ancha en la muñeca, a modo de pulsera. Tanteo los escalones: uno, dos, tres, que bajo en diagonal, seguida de cerca por la mirada entreabierta del jefe chino, que no suelta su teléfono. Creo que es un walki, más bien. Mantiene firme la posición en el pasillo central, junto a los perfumes de olor falso. La mujer localiza rápidamente una bolsa grande y teclea números en una vieja caja registradora.
- Ocho con diez -dice.
Estoy convencida de que los números tecleados en las cajas registradoras de los chinos son falsos, al azar, no coinciden etiquetas de los productos con lo que dicen las luces verdes con pinta de juego de marcianitos de las dichosas cajas. Pero cojo la bolsa, los vasos, las servilletas, la conta adhesiva. Un gato dorado se despide de mí desde el borde de la puerta, mientras mueve delante y atrás una pata izquierda.
- Cambio y corto.