Director: Jesús Franco
Suiza
1976
Fotografía: Peter Baumgartner
Música: Walter Baumgartner
Montaje: Marie Louise Buchske
Guión: Jesús Franco
Reparto: Klaus Kinski, Josephine Chaplin, Andreas Mannkopff, Herbert Fux, Lina Romay, Ursula von Wiesse, Hans Gaugler
Suiza fue el refugio propicio para Jesús Franco tras abandonar la cobertura de la producción francesa Eurocine, es decir Marius y su hijo Daniel Lesoeur. Nueva fuga hacia delante a golpe de cámara destartalada. La nueva casa iba a ser la Elite Films, empresa dependiente de Erwin C. Dietrich y la estancia se prolongaría durante un par de años, el arco 75/77, y nada menos que quince películas. En su gran mayoría subproductos frisantes con el hardcore, descastados sexploitation, un poco de WIP por aquí y por allí….todo a menor gloria de actrices como Martine Steidel o, claro, la apropia Lina Romay. Pero entre la acumulación de escombro Franco aun tiene la lucidez de entregar dos trabajos facturados a lo largo de 1976 de interés que, o bien son la vuelta descarada a temáticas obsesivamente tratadas, Jack The Ripper con respecto a la fundacional Gritos en la noche, o bien la consecución de materiales largamente acariciados, la adaptación de Cartas de amor a una monja portuguesa, con protagonismo para William Berger y la perturbadora Susan Heminghway.
En definitiva, Franco ve las reminiscencias que el nombre de Jack el Destripador arrastra, su propio mito inmarchitable y terrible, y lo acopla alegremente, y con sorprendente finura además, a su propio imaginario gótico/melodramático donde se fusionan psicopatía, pulsiones incestuosas y necrofilia con la tortuosidad interior de un monstruo que no quiere serlo, de un hombre escindido entre naturalezas antitética. Aquí se cuela la suma temática de Jekyll y Hyde, por una parte el nuevo Orloff es un médico entregado a la comunidad, altruista y vocacional, por otro un asesino de prostitutas acosado por el fantasma psicológico de su propia madre, puta ella misma y que, además está incorporada también por la actriz encargada del rol de heroína: Josephine Chaplin, hermana de Geraldine.
Desde luego aquí la entraña puramente melodramática del padre obsesionado con salvar la belleza de su hija del ya clásico film del 61 se ve sustituido por una infernal pulsión que mezcla lo homicida con lo sexual, la penetración del arma con la penetración del miembro, el deseo simultaneo de destruir y poseer. Un martilleo sadiano que tiene su corolario en al magnífica secuencia del acoso y muerte de la incauta Lina Romay en medio de un bosque neblinoso donde es
Casi como espejo del fulgor brutal de este momento aparece, antes, la grotesca escena del cabaret, donde la misma Romay (y su culo) remedan lastimosamente la elegancia de María Silva con Franco, nuevamente, sin empacho alguno en recurrir a exactos recursos de puesta en escena, empobrecidos, depauperados, por años de falta de entrenamiento y pérdida alarmante del sentido del gusto. Idéntica es también la escena del reconocimiento al pie de la calesa entre el nuevo Orloff y la heroína de la función, que al igual que la original Diana Lorys tomará la solución resolutiva de adelantarse a su novio, un más bien torpe policía, a la hora de enfrentar el misterio. Lanzándose ella misma, bajo disfraz, a buscar el contacto por mucho que esto pueda causarle la muerte. La analogías y autofagocitaciones serían larguísimas de enumerar, señalar, únicamente el regreso de esos interrogatorios llenos de testigos absurdos que incluyen también la descripción contradictoria del sospechoso hasta dar con un rostro “kinskiano”
¿Cuña es el resultado entonce s de esta aclimatación? Pues casi contra pronóstico un film de innegable dignidad contando con el presupuesto/tiempo más holgados desde su tiempos sesenteros con Harry Allan Towers y donde Franco recupera parcialmente el gusto por “poner en escena” y no solo por limitarse a rodar. El zoom, el desencuadre y demás agresiones están limitadas al mínimo, la cámara no solo se mueve, sino que se mueve bien, con elegancia, con sentido del espacio. Hay una búsqueda, un intento consciente de crear una atmósfera lóbrega, de asfixiante pesimismo minimalista, un puñado de localizaciones notables (especialmente el invernadero donde Orloff despieza a sus víctimas: curiosamente un invernadero es la tapadera del salvaje killer de la poderosa I saw the devil y allí tiene lugar uno de los múltiple clímax del film de Kim Ji-woon), otras tanto bien poco