Missouri no tiene huerta

Publicado el 11 octubre 2019 por Manuelsegura @manuelsegura

El escritor Miguel Ángel Hernández reconoció, cuando el otro día lo entrevisté en la Universidad para TVE, que “Murcia no es menos importante que Missouri, Berlín o Madrid. Al final -me dijo-, uno tiene que contar las historias que tiene cerca y que a uno lo tocan por dentro y el hecho de que esto pasara en Murcia es coyuntural, como podía haber ocurrido en Nueva York”. Y concluyó: “Me hace especial ilusión que uno pueda reivindicar lo cercano como lugar de la literatura”

Hernández (Murcia, 1977) se disponía esa tarde a recoger el premio del Libro Murciano del Año 2018 por su novela ‘El dolor de los demás’ (Anagrama), una sórdida historia con la que el autor tuvo una especial vinculación. Telegráficamente, que es como se expresaba antes la brevedad -hoy diríamos que lo hacemos mediante un tuit-, el argumento se basa en la tragedia de un joven que, en la Nochebuena de 1995, mata a su hermana y huye en un coche, tras lo que se precipita por un barranco, perdiendo también la vida. Aquel muchacho, al que en la obra llama Nicolás, era íntimo amigo de Miguel Ángel. 

Cuando ocurre un suceso de este tipo es frecuente que los periodistas hablen con las personas del entorno de sus protagonistas. Fue el caso de Miguel Ángel, que en su día, aún con la primera impresión del mazazo que le supuso una noticia que conoció de madrugada, lo hizo ante una cámara de TVE. Más de dos décadas tardó en plasmar por escrito lo que aquello implicó en la vida de un chaval de 18 años. Un crimen y un suicidio acaecidos en un entorno en el que, hasta entonces, se desenvolvió su existir, la huerta de Murcia, y que, pasado el tiempo, le llevaron a reflexionar sobre lo sentido y lo vivido, sus sentimientos ante aquella barbarie, tras un suceso que de qué manera conmocionó a la sociedad de hace un cuarto de siglo, acaecido en el Rincón de Almodóvar.

‘El dolor de los demás’ constituyó, desde el mismo momento de su publicación, todo un fenómeno a escala nacional que, en otra época, lo hubiera provocado el boca a oreja, pero que ahora es trabajo del que se encargan las impenitentes redes sociales. Su alumbramiento provocó tal expectación que casi diría que el libro, en un principio, tuvo más impacto fuera que dentro de la Región. El autor afrontó un reto tan valiente como exigente, escribiendo una novela de no ficción cuya trama está localizada en un entorno tan inmediato como asfixiante. A nadie escapa que indagar sobre una tragedia que tiene como protagonista a gente que vive a unos cuantos metros de tu casa no debe de ser plato de gusto.

Admirador de Emmanuel Carrère, el escritor Miguel Ángel Hernández, profesor de Arte Contemporáneo en la Universidad de Murcia, autor de otras novelas como ‘Intento de escapada’ (2013) o ‘El instante de peligro’ (2015), está siendo, en los últimos tiempos, el gran descubrimiento de lo esencialmente murciano -si podríamos calificarlo así- en una tierra donde suelen aflorar, de cuando en cuando, una pléyade de personajillos encantados de conocerse. Son los mismos de siempre, en idénticos lugares o en todos los eventos y cenáculos posibles, alcanzando casi el don de la ubicuidad y repartiendo abrazos, con palmadas en la espalda, un día tras otro. Se me antoja que Hernández, con el que he hablado tan solo en un par de ocasiones, representa ese otro yo en una sociedad exánime, aún tan provinciana como la retratara Miguel Espinosa -sin duda, de lo mejor de todos nosotros-, desgastada por la abulia, la mediocridad y el conformismo. Él, por lo menos, ha tenido el coraje y los arrestos de haber sido capaz de mirar en su interior y sacar los demonios que llevaba dentro, desde hace dos décadas, en algo más de trescientas páginas.

[‘La Verdad’ de Murcia. 11-10-2019]