Mito.

Publicado el 16 octubre 2012 por Zeuxis
Su mano era el silencio extendiéndose, acariciando los objetos. A veces, esto lo insistieron, su sombra dejaba caer un talco sobre el alejamiento, Era la hora más esperada para considerar de las distancias sólo el arrepentimiento. Sobre esa tierra de orillas y extremas limaduras de playa naufragando El hombre varó estrepitoso de espuma y de algas como si hubiese atracado en el olvido. Cuando removieron el ataúd, un olor escapó de nuevo al mundo Y todos comenzaron a inventar una oración para mitigar la incertidumbre de saberlo un espejo. Encontraron letras en la penumbra de su pectoral y desistieron por ello de atribuirle los días, Supieron que los ojos de ese muerto habían avizorado la noche más que cualquier otra desgracia y entonces le Inventaron el timbre de su voz y aprendieron a escucharlo en la soledad. Su tiempo fue como el pan que acaba de salir de un horno un amanecer después del Apocalipsis. De nuevo, hubo martillos para sellar la imagen de esa trasegada descomposición Y olvidaron que antes de arrimarlo a su suerte se ilusionaron suspendiendo en él sus dilemas. Sin embargo, las mujeres no dejaron nunca de recolectar los crepúsculos canturreando su sombra. Un día se habló tanto de la vida que le inventaron que fue necesario llorarlo para poder dormir. Al final, todos partieron sin dejar un epitafio tenaz para nombrarlo en la ausencia.    El candado fue puesto justo antes de que despertara y fue como si nada hubiese pasado. Mudos, repletos de dudas,  lo devolvieron al mar; entre las olas se fue alejando el mito, ineludible.