Una comedia con pretensiones gamberrillas pero dentro de un orden, muy localizada, con una temática poco original procedente de las tablas escénicas neoyorquinas, que extrañamente -o tal vez no, visto lo visto últimamente- será objeto de revisión, simple vehículo al servicio de sus dos protagonistas: un Burt Reynolds cuyo declive como sex symbol varonil empezaba a ser notorio se aliaba con una efervescente Dolly Parton en su segundo largometraje de una carrera poco notable como actriz pero que aprovecha el momento idóneo para demostrar su valía musical:
La canción, titulada I will always love you, la compuso Dolly ocho años antes y ha sido versionada en distintas películas, como todos sin duda ya sabrán.