Los que como quien suscribe somos irredentos admiradores del genio con el parche en el ojo sabemos que en muchas de sus grandes películas siempre hay un momento de transición, un pequeño descanso narrativo, en el que la música toma presencia y se impone, obligando a algún que otro personaje a intervenir, bien sea cantando, bien sea bailando, por mucho que ninguna de ambas actitudes frente a una partitura sean esperables de su condición.
El larguirucho Henry Fonda siempre tuvo los pies ligeros y cierta habilidad para no hacer el ridículo, mostrándose como perfecto anfitrión a la hora de iniciar un baile de gala, aún con cierta vacilación por la pareja de turno: