Modelos de cristianismo

Por Maria Jose Pérez González @BlogTeresa

Pedro Paricio Aucejo  

Quien, en su transitar por este mundo, busca una transformación espiritual que le acerque a la mayor perfección cristiana posible, necesita la guía de prototipos humanos a los que seguir en el ejercicio de sus virtudes naturales y sobrenaturales. Santa Teresa de Jesús tampoco fue una excepción en esto. A lo largo de su obra hizo referencia en numerosas ocasiones a personajes evangélicos con los que conectó de modo especial por uno u otro motivo. Como señala el profesor Secundino Castro¹, se sintió reflejada en ellos por el modo de vivir su vocación, sus ardientes deseos de amor de Dios, su desasosiego, su soledad extrema después de los arrobamientos y éxtasis…, pero especialmente por considerarlos modelos de experiencia mística. Tal es el caso de los apóstoles Pedro y Pablo, de María Magdalena y de la Samaritana, con quienes sintió una íntima sintonía que le llevaría a hablar de estas figuras como si estuvieran vivas para ella.

En el caso de Pedro vio en él al discípulo que, aunque se sintió invadido por el miedo, obedeció el mandato de Jesús y no temió arrojarse a lo profundo. Ofendió a Jesús, pero en cuanto experimentaba la dulzura de su amor, sentía terribles remordimientos: “Yo pienso que fue este un gran martirio en san Pedro, porque como [tenía] el amor tan crecido, y [había] recibido tantas mercedes y [tenía] entendida la grandeza y majestad de Dios, sería harto recio de sufrir y con muy tierno sentimiento”. Pero es el acontecimiento de la transfiguración del Señor en el Tabor el que permitió a la monja abulense ver en el Apóstol un modelo de oración de quietud y unión mística con Dios.

Por lo que respecta a Pablo, le fascinaban sus palabras “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí”. Sin embargo –para el mencionado carmelita descalzo²–, el motivo principal de esta afición por el discípulo de Tarso quizá se deba a que, según expresión de Teresa, la palabra ´Jesús´ no se caía de sus labios y siempre se mantuvo unido a la Humanidad de Cristo. La descalza castellana interpretó los acontecimientos del camino de Damasco como el ascenso de Pablo a las más altas cumbres de la contemplación mística: no solo su conversión consistió en un cambio de rumbo sino que supuso un encuentro con los estados místicos más elevados.

Igualmente, la Magdalena resultó un personaje muy cercano para Teresa de Ahumada. Descubrió en ella múltiples facetas: el pecado, el arrepentimiento, el amor apasionado al Señor y una ilimitada confianza en Él. Y, en su propia evolución personal, la carmelita universal tuvo un recuerdo especial para ella: “Era yo muy devota de la gloriosa Magdalena y muy muchas veces pensaba en su conversión, en especial cuando comulgaba”. Consideró que el Señor había ascendido a esta mujer en el instante de su transformación espiritual a la cumbre del amor divino, lo que le hizo abandonar casi sin esfuerzo su antigua vida de pecado. Pero ese mismo amor ardiente que la consumía en su nueva vida era a la vez causa de terribles sufrimientos al recordar sus culpas pasadas. Teresa no la olvidó tampoco en los momentos en que compartió los sufrimientos de Cristo en la cruz.

Y, en fin, por lo que atañe a la Samaritana, el descubrimiento de su figura se remonta a la etapa de la niñez de Teresa en su casa paterna, en la que en el habitáculo frecuentado por ella había un cuadro con la representación de Jesús sentado sobre el brocal en diálogo con la Samaritana. La Doctora de la Iglesia nos recordará que era muy aficionada a ese pasaje evangélico y que ya en aquella edad le pedía al Señor que le diese a beber de esa agua. Encontró en ella una figura muy consoladora, pues el Señor la llamó a su amistad cuando todavía no se había desentendido de los bienes mundanos, hecho que evidencia la búsqueda del ser humano por Dios en cualquier momento y circunstancia de su vida.

Para Teresa, la Samaritana representó sobre todo el símbolo de la necesidad de un agua viva que apague la sed de los deseos del corazón humano. El agua que el Señor le prometió le produjo tales expectativas de contemplación que de ellas surgió un inmediato apostolado (“iba esta santa mujer con aquella borrachez divina dando gritos por las calles”). Por eso, la mística castellana vio en la mujer de Samaria la síntesis de la vida activa y contemplativa, “porque en lo activo y que parece exterior, obra lo interior, y cuando las obras activas salen de esta raíz son admirables y olorosísimas flores porque proceden de este árbol de amor de Dios…y extiéndese el olor de estas flores para aprovechar a muchos, y es olor que dura, no pasa presto, sino que hace gran operación”.


¹ Cf. CASTRO SÁNCHEZ, Secundino,  “Teresa, discípula y maestra de la Palabra”, en CASAS HERNÁNDEZ, Mariano (Coordinador), Vítor Teresa. Teresa de Jesús, doctora honoris causa de la Universidad de Salamanca [Catálogo de exposición], Salamanca, Ediciones de la Diputación de Salamanca (serie Catálogos, nº 213), 2018, pp. 21-39.

²Op. cit., pág. 27.

Anuncios