Modiano

Por Calvodemora

No piensa uno que el hombre no merezca el premio gordo de las letras, ni que tenga legiones de admiradores, ni que su literatura no prenda la llama de la belleza o de la inteligencia o ambas al tiempo. Lo que me parece fascinante es que pasen los años y no haya un premio Nobel que de verdad sea de mi estantería, del que yo haya leído algo o a quien yo admire. Disfrutaría de su alegría y la sentiría mía también. Me están dejando huérfano en estas festividades de las letras. No tengo ni idea de quién es Patrick Modiano. Todo esto me lleva al triste lugar en el que hablo conmigo mismo y me cuento lo ignorante que soy y el poco tiempo del que dispongo para remediarlo. No creo que me ponga a leer a Modiano. Tampoco me puse a leer a Mo Yan, ni a Munro, ni a Trastömer. Por lo menos no se lo han dado a Murakami, del que en casa tengo varias obras y al que no le he profesado jamás un afecto mayor que el que se dispensa al autor consagrado, de ventas grandiosas, recomendado ardorosamente por unos cuantos buenos amigos y buenos lectores. A Lessing, a Pamuk o a Coetzee, algunos de los galardonados recientes, sí que les debo ratos formidables, pero esto de los suecos se está convirtiendo en un juego de alta geopolítica. Que este año sea un francés no deja de ser un cesión interesada. El año que viene ganará un novelista indonesio o una poetisa de algún país de nombre difícil, de esos que no acaban de asentarse en la memoria. Sí, todos conocemos algunos. La literatura precisa de estas bacanales para que no se olvide del todo. De pronto alguien a quien no conocíamos ocupa en los informativos el fragmento horario que antes ocupaba Messi, al que no soporto, o Pau Gasol, que ahora triunfa con los Chicago Bulls. Quizá solo por eso merece la pena el agasajo, por la puesta de largo de los libros, por la sensación de que todavía son importantes; con independencia de que a este escribidor de lo suyo le parezca un completo desconocido el tal Modiano. Mi amigo José Antonio, buen lector también, dice que leyó uno hace tiempo y que le encantó. Yo no puedo ni decir eso. Mi amigo Joaquín se obstina en la idea de que estoy cegado por Borges y que la falta de reconocimiento de la Academia hacia su persona me impide mirar con objetividad nada de lo que haga. Lleva razón, se la doy entera. Joaquín, tienes razón, me han quemado el nervio sensible, me han extirpado el órgano del interés. De cuajo, sin anestesia. Lo que me gusta de Modiano, antes de que cambie de opinión y me busque algo suyo, es la habitación en la que ha hecho el posado. Hay pocas fotos que me produzcan más place que las hechas en las bibliotecas ajenas, las lustrosas, las que se caen por el peso de los libros, las que no admiten uno más. La mía, reventona también, me parece pobre, aunque no cabe un ejemplar más. Así andamos. Necesita uno un segundo piso. Javier Marías, al parecer, tiene uno. Solo lo usa para ir dejando libros. No sé si irán allí los sacrificados, todos los que ya no le entusiasman o los que no crea volver a leer nunca. Es imposible que la vida nos permita releer todo lo que ya leímos. Eso, bien pensado, duele, pero hay cosas más hermosas que la literatura. Caso de que el amable lector no encuentre alguna ahora mismo, coja un libro y refúgiese en él. A falta de una felicidad mayor, casi ninguna colma como esa.