Ya he comentado en el blog La luz y el frío, el último poemario de Joan Payeras (Palma de Mallorca, 1973), con el que ganó en 2013 el premio de poesía del Café Comercial, editado por Vitruvio. Ya he escrito también aquí que conozco a Joan desde un verano en que me lo presentó nuestro amigo común, el también poeta mallorquín Javier Cánaves, en Palma de Mallorca, un junio de los que yo me acercaba a la isla acompañando a los alumnos de primero de bachillerato del colegio donde trabajo. En junio de 2013, durante este viaje, quedé con Joan de nuevo en el paseo de Palma, un día que no estaba Cánaves porque mi visita coincidió con él fuera de la isla. Es esta ocasión, Joan me regaló sus libros Modos de ver un horizonte y Calle del mar, y yo le correspondí con mi poemario doble El bar de Lee. Me he puesto con sus poemarios en noviembre de 2014, un año y medio después de tenerlos en mis manos. Se unen aquí dos problemas: mi tendencia a acumular libros a un ritmo mayor al que puedo leerlos (algo que estoy tratando de controlar desde julio de 2014), y mi interés intermitente por la lectura de poesía.
Con Modos de ver un horizonte, Payeras ganó en 2008 el premio Ángel Martínez Baigorri, convocado por el ayuntamiento de Lodosa. Es éste un poemario compuesto por treinta y cinco poemas sin separaciones en bloques. Si en La luz y el frío nos encontrábamos con un Payeras que en su madurez como poeta decide reflexionar sobre el paso del tiempo y la muerte en poemas bellos y desnudos, en Modos de ver un horizonte, publicado cuatro años antes, tenemos a un Payeras más narrativo, con una carga mayor de desesperación vital. Si algo destaca de Modos de ver un horizonte es la identificación del poeta con su mundo referencial artístico. Es decir, el tedio de la vida cotidiana está sublimado en el deseo que tiene el poeta de que la realidad sea la que él decide que sea: los libros leídos, las películas vistas o la música escuchada serán más reales en los poemas de este libro que la propia realidad. Las conversaciones con los escritores o los músicos serán más vívidas que las acontecidas en la propia realidad. Esto es así desde el primero poema del conjunto, que funciona como toda una declaración de intenciones:
Ficciones Oscurece de pronto la tarde de Noviembre. Este otoño es reflejo de otoños anteriores, como si fuera el tiempo una trampa de espejos, un laberinto circular de niebla que confunde recuerdo y sueño, realidad y literatura. Yo acaricié las lágrimas de la dulce Natasha aquella noche de Moscú, yo fui quien encontró a la Maga y quien perdió a Ingrid Bergman, entre las brumas de Marruecos. Porque eso es la memoria: impostura, un disfraz de agua y tiempo.
Esta tendencia a sublimar la realidad cotidiana mediante la nueva realidad que proporciona el arte queda latente en poemas como Visitas, que dado su valor como representante del libro, reproduzco a continuación:
Visitas
No me ha extrañado verlos en la puerta. Handke enseñaba las cervezas y sonreía tímidamente. Chet Baker parecía serio sosteniendo su funda negra. Se acomodaron pronto en el jardín.
Chet elegía discos mientras contaba historias, como la de un bajista argentino y borracho que se puso a llorar en mitad de un concierto porque no recordaba algo relacionado con su madre y un plato de legumbres. Hablaba sin mover las manos, pero pasaba sobre las historias deteniéndose en los detalles.
Le dije a Handke cuánto me gustó su Carta breve para un largo adiós. Agradeció el cumplido y empezamos a hablar sobre literatura. Luego Chet improvisó un concierto. La trompeta y él formaban un cuadro extraño mientras atardecía en el jardín envuelto en jazz y sombras. Al acabar se despidió: tenía nombre de mujer su excusa. Quedamos Handke y yo, callados. Escuchamos el eco de notas en el aire mientras quedó cerveza.
En otros poemas se juega a crear sujetos poéticos, a hablar desde el “tú” o el “él”, tratando de disfrazar al poeta. Esta tendencia la podemos observar en el poema que da título al libro: Modos de ver un horizonte
Se desnuda en silencio. El reloj del salón debe marcar las siete. La ropa huele a humo y semen, una combinación que invita a un penúltimo cigarrillo. Anda descalza y son sus pasos hondos como una duda helada.
Al llegar al balcón coincide con el alba, y piensa que desprecia al sol, a la ciudad entera levantándose lenta y segura como una guillotina.
En otros poemas el autor sí que recurre a la primera persona y esto crea un efecto de mayor cercanía con él lector. Tomo el poema titulado Madrid 2001:
Madrid 2001
Hace frío en Enero, pero en el bar del Palace un Dry Martini enciende cualquier alma. Oigo al amigo Jorge Benavides hablando de Cortázar, febrilmente limeño y americanamente curda. Y me pregunto cuánto va a durarme la sensación de ser el amo de la tierra.
En el Retiro se adivina octubre y dicen que se acaba el mundo. Pero qué importa nada; ella baja la luz, la ropa y las promesas se amontonan con el ingenuo ardor de los nuevos amantes, la noche encuentra un nombre entre mis labios.
Toda la gloria que te debo, ciudad de las ciudades, te la devolveré en nostalgias.
Me gusta mucho un poema de los últimos, que pertenece a la corriente de la poesía de la experiencia:
Lisboa
Ahora que cada día repito el equilibrio de andar sobre el vacío provisto de mi cuerda de rutina burgués y desoyendo el hambre que golpea en mi sien que crece y amenaza con enviarlo todo simplemente a la mierda. Ahora que he conseguido destrozar todo aquello que valía la pena y empezar desde cero no es más que rendirse al deshonroso pacto de dejarse morir sin prisas y sin pausas pero con hipotecas y cenas de los sábados. Ahora irónicamente es cuando al fin consigo escribir el poema que te estaba debiendo
y recuerdo tu luz como la última luz y el Tajo y las mujeres y aquella gran comida con Javier en la Baixa sintiéndonos tan grandes y alrededor de todo la sensación de paz la paz de entonces que hoy se ha convertido en una herida helada que se esconde entre versos.
He decidido comentar los dos poemarios de Joan Payeras en la misma entrada porque me los regaló el mismo día y yo los he leído uno detrás de otro, como si se trataran del mismo libro. No tendría mucho sentido hacer dos introducciones similares en dos entradas diferentes del blog.
Calle del Mar está publicado un año después de Modos de ver un horizonte, y las relaciones entre los dos libros son evidentes. Calle del Mar está dividido en tres secciones, que se inician con unos poemas más personales. Estas composiciones empiezan a anunciar el tono más contemplativo de La luz y el frío. Aquí el poema se hace más personal al recurrir en mayor medida a la primera persona. En cualquier caso, en el primer poema el sujeto poético aún esta trasladado del “yo” al “él”. Así comienza el libro:
El error deseado
Rememora el silencio de otras noches en los pasos del mar que le vigila. En su mirada brilla una muesca en lo oscuro, el precio de la próxima renuncia. Se reconoce en el sabor amargo de una cerveza, en una canción que la vida se olvida entre sus dientes, en el espejo extraño que es siempre un viejo amigo.
Pero sabe que el animal no ha muerto.
Mientras, los días son camisas sucias que lava la conciencia cada noche, y el tiempo es el hogar donde prepara a fuego lento sus errores. En Calle del Mar la presencia del arte como motor vital sigue estando presente, pero ya no se juega a la identificación entre vida y arte, sino que las distancias entre unas y otras parecen más marcadas y el poema se decanta más claramente por el camino que abrió la poesía de la experiencia:
Una tarde de septiembre
A las cinco llamé a tu casa. Tu voz se atropellaba en el contestador, así que decidí pasar la tarde terminando las Crónicas de Shepard. Cerré los ventanales cuando cayó la noche. La gata del vecino maullaba tras la puerta, alguien se peleó en la calle. Yo quise de repente que hiciera mucho frío.
Me dormí, vi un combate de boxeo y un reportaje sobre Alaska. Cuando volví a llamar no estabas. Todo ocupó su sitio. Esbocé una sonrisa, abrí el vino, y elegí un disco de Coltrane. Plácidamente me dispuse a esperar que llegara la mañana.
En Calle del mar hay espacio para el amor y para poemas más luminosos que en otros libros de Joan Payeras. Veamos el poema titulado Marina para Eva:
Marina para Eva
Sonríes. Te miro como quien descubre un rostro que ha soñado al fondo de un espejo. La tarde se detiene a contemplarte. Detrás de tu mirada, mi corazón y tus secretos se entretienen con juegos peligrosos. Y te beso como el que besa al mar, dispuesto a hundirme entre tus aguas, en la cálida sal y las algas que escondes.
Luego sigues ahí, despreocupada y rubia, una diosa que ignora su poder mientras la tarde avanza y me abandono, rendido entre tus olas.
En Calle del Mar se adelante el camino hacia La luz y el frío, como comentaba, porque existen ahí poemas más contemplativos que se acercan a la reflexión o al aforismo. Por ejemplo:
Calle del Mar
La ilusión puede ser una puerta entornada.
La fe, una mirada fija tras el cristal que empaña la tarde de febrero. Dicen que la esperanza es la moneda que nos sobra a la inmensa mayoría, los necios, los mediocres.
De las montañas viene un viento frío.
El desencanto puede ser un poema entornado.
En más de un caso, la reflexión se vuelve metaliteraria. Reproduzco aquí uno de los últimos poemas del libro, que es de los que más me han gustado:
El hogar
Intentas recordar el cuándo y el porqué de la primera página desnuda. Querías una patria pero encontraste un río. Querías la estación y duermes en las vías.
Amanece y hay un camino y una música al son de tus pisadas. Puedes ver en los márgenes las palabras brillantes que se quedan atrás.
A veces te parece suficiente y te alegras y silbas, pero luego te sientes desorientado y solo en mitad de un enorme decorado.
Entonces quieres recordar un cuándo o un porqué, una razón que explique aquella página desnuda.
Buscabas una patria pero tu hogar desciende con el río.
Creo haber tomado una amplia muestra de poemas para que el lector del blog se haga una idea de cómo es la poética de Joan Payeras: poemas de la experiencia, reflexivos, metaliterarios, poemas de amor, intimistas… Un poeta muy completo mi amigo Joan Payeras.