El territorio que ocupa Moldavia en la actualidad, con fronteras con Rumanía al oeste y Ucrania al este, ha sido testigo de numerosos imperios a lo largo de los últimos mil años. El Imperio romano y el mongol dejaron una huella de gran calado en la zona. No obstante, las primeras raíces del Estado moderno de Moldavia se remontan a la creación del Principado de Moldavia en la región de Besarabia a finales del Medievo, el cual ocupó gran parte del territorio actual de Moldavia y situó la frontera este en la barrera natural del rio Dniéster. El nuevo principado dejó un legado cultural imborrable en la región: la cultura rumana, con la presencia de personajes como Esteban el Grande y, en especial, el idioma rumano, compartido con los vecinos del oeste, en los principados de Valaquia y Transilvania, que más tarde formarían el Estado de Rumanía, fueron trascendendales a la hora de crear un vínculo sólido entre la cultura rumana y los habitantes de Besarabia. Desde entonces, la cultura moldava y rumana serían practicamente idénticas.
Aunque Moldavia consiguió retener cierta autonomía hasta finales del siglo XV, cayó bajo el dominio turco a mediados del siglo XVI y se convirtió en un Estado vasallo del Imperio otomano. La implicación política de la Sublime Puerta en la región de Besarabia fue, sin embargo, menor en comparación con el papel llevado a cabo en los Balcanes u otras regiones ocupadas en Oriente Próximo. Esta falta de control político y de dominio absoluto sobre la región, junto con la decadencia del Imperio otomano por los azotes bélicos de San Petersburgo, terminaron por alejar de Moldavia al Gobierno otomano. En 1812, después de la firma del Tratado de Bucarest, Moldavia pasó a ser controlada por el Imperio ruso. La lengua y cultura rumanas en Moldavia se verían nuevamente vilipendiadas.
El puño de hierro del zar Nicolás I sobre la región no se aplicó hasta 1828, cuando revocó la autonomía de Besarabia, se abolió el bilingüismo y el ruso pasó a ser la lengua oficial. Además, se lanzó una campaña de rusificación que desplazó una gran cantidad de funcionarios y administradores rusos a la zona y que se vio únicamente interrumpida por el restablecimiento del control del Imperio otomano sobre la región en la década de 1860. La Rusia imperial incentivó también la inmigración de otras poblaciones residentes en el imperio, como los ucranianos, alemanes, judíos —que llegaron a representar un tercio de la población urbana a principios del siglo XX— o gagaúzos —pueblo de origen turco perteneciente, casi en su totalidad, a la Iglesia ortodoxa—, que terminaron por asentarse en Besarabia y ocasionar así una mezcla de grupos étnicos muy variopinta.
El Congreso de Berlín de 1878, que había liberado del yugo otomano a Serbia, Montenegro y Rumanía, declarados Estados independientes, dejó un sabor agridulce en el pueblo rumano. Por un lado, el Ejecutivo en Bucarest celebró su independencia del Imperio otomano, aunque por otro observó cómo el Imperio ruso terminaba por usurpar el territorio hermano de Besarabia y se consolidaba como fuerza legítima y soberana. El resultado del congreso llevó al llamamiento para la unificación de Rumanía y Besarabia, que se ha mantenido —con matices— hasta la actualidad. A diferencia de otros nacionalismos, el moldavo fue tardío y tuvo una actividad muy poco revolucionaria, ya que no terminó por asentarse hasta pasada la Revolución rusa de 1905
Aprovechando las horas bajas de la Rusia imperial, el nacionalismo moldavo empezó a exigir una mayor autonomía y el reconocimiento del rumano como idioma oficial. Finalmente, el Sfatul Țării, la Asamblea Nacional de Besarabia, sacó partido de la confusión creada por la Revolución de Febrero en 1917 y declaró Moldavia una república autónoma de la República rusa en diciembre de ese mismo año. Los bolcheviques no recibieron con buenos ojos los deseos de autonomía y semanas más tarde ocuparon militarmente la capital, Chisináu. Sin embargo, las fuerzas rumanas y moldavas empujaron a los bolcheviques fuera de la capital moldava a principios de febrero de 1918 para declarar la independencia de Moldavia como Estado soberano el 6 de febrero. Su independencia fue efímera. En abril de ese mismo año, bajo presión del Ejecutivo rumano y con ayuda alemana, el Sfatul Țării votó a favor de la unificación con Rumania. La convivencia entre hermanos no iba a ser fácil.
Para ampliar: Moldova History: Early History, Beginning of the Soviet Period, Uzo Marvin, 2016
De hermandad y ocupación
El reconocimiento internacional de la unión entre Besarabia y Rumanía no llegó hasta 1920, aunque el Kremlin lo rehuyó y estableció en 1924 un Estado moldavo paralelo al este del Dniéster, territorio por aquel entonces perteneciente a la República Soviética Ucraniana. Al otro lado del río, las promesas y el júbilo que existían antes de la unión se desvanecieron prontamente. La Gran Rumanía no consiguió consolidar un periodo de prosperidad en Besarabia, que por otro lado siguió siendo la región más pobre del nuevo Estado rumano. Las campañas de rusificación se sustituyeron por las de rumanización y las comunidades no rumanas, que habían llegado a territorio besarabio décadas atrás, fueron sometidas a programas intensos de asimilación cultural.
A finales de 1930, el control de Besarabia volvió a sufrir un cambio de mando. De forma similar a lo ocurrido en 1878, su futuro volvió a estar marcado por la voluntad de las grandes potencias del momento. En esta ocasión, el Pacto Ribbentrop-Mólotov de 1939, que dividió Europa del Este en zonas de influencia, pasó a ser el nuevo catalizador: Besarabia pasó a estar controlada por la Unión Soviética (URSS). La República Socialista de Moldavia modificó sus fronteras: adelgazó su territorio al norte y al sur e incorporó el territorio de la ribera este del Dniéster —Transnistria— a la nueva República, fronteras que ha mantenido hasta la actualidad.
Tras un lacónico periodo de control rumano durante la Segunda Guerra mundial en el que se borró del mapa casi la totalidad de la población judía de Besarabia, Moscú tomó el control efectivo de Moldavia. La rumanización de preguerra fue de nuevo sustituida por una intensa campaña de sovietización. El objetivo principal fue desrumanizar la población rumana de Moldavia y crear una nueva identidad soviético-moldava similar a la llevada a cabo en los países de Asia central. Alrededor de 50.000 moldavos de la comunidad rumana fueron enviados a los gulags de Siberia, el alfabeto latino fue sustituido por el cirílico y el aparato político quedó controlado casi al completo por la comunidad rusa y ucraniana de Moldavia.
En lo positivo, la economía moldava se vio por fin beneficiada de un periodo de expansión económica gracias, entre otras razones, al establecimiento de granjas estatales soviéticas colectivas. Por otro lado, el Gobierno de la URSS consiguió apagar los resquicios del movimiento nacionalista moldavo-rumano durante más de 30 años, que no retomó el vuelo hasta mediados de 1980, con la llegada al poder de Gorbachov y sus medidas aperturistas —glásnost y perestroika—. El Frente Popular de Moldavia supo canalizar sin contratiempos estas políticas y fue el principal catalizador de las movilizaciones ciudadanas que pidieron la emancipación de la URSS y la vuelta al alfabeto latino.
En agosto de 1989 las primeras demandas obtuvieron sus frutos: por primera vez el idioma moldavo, con el alfabeto latino, fue designado lengua oficial. Medio año más tarde se celebraron elecciones en el Sóviet Supremo —órgano legislativo soviético— de Moldavia, que dieron el poder al comunista reformista Mircea Snegur. Sus primeras medidas políticas no se alejaron de la polémica: en mayo de 1990 adoptó el azul, rojo y amarillo como los colores de la nueva bandera moldava y el himno de Rumanía como el moldavo, un claro guiño a las aspiraciones de Chisináu y Bucarest. Los deseos de una reunión con Rumanía, en boga entre 1989 y 1991, se desvanecieron con la declaración de independencia de Moldavia el 27 de agosto de 1991.
Una independencia teñida con sangre
De manera similar a lo ocurrido en otras antiguas repúblicas soviéticas, como Armenia, Georgia o Tayikistán, la transición política y emancipación de Rusia desencadenó luchas internas por el poder entre distintas facciones políticas. En el caso moldavo, las minorías rusas al este del Dniéster y los gagaúzos al sur del país concibieron los deseos de un nuevo Estado moldavo como una amenaza para su autonomía. Ante el miedo a convertirse en ciudadanos de segunda categoría tras la caída de la URSS y pasar a ser gobernados por los dirigentes moldavo-rumanos, se iniciaron movimientos secesionistas en ambos territorios. Gagauzia se autodeclaró independiente una semana antes de la proclamación del Estado de Moldavia y estableció su capital en Comrat; la declaración de Transnistria llegó a principios de septiembre de 1991, con la ciudad de Tiráspol como principal urbe político-administrativa.
La nueva clase dirigente moldava consiguió rebajar la tensión en Gagauzia y evitar así un derramamiento de sangre al sur del país, aunque no logró evitar la evolución de las revueltas a conflicto armado en Transnistria en marzo de 1992. La contienda, que apenas duró cinco meses y se llevó por delante la vida de un millar de personas, terminó con la victoria de las fuerzas separatistas del este del Dniéster —gracias a la indiscutible ayuda del 14.º ejército soviético— y la instauración de Tiráspol como la capital de facto del nuevo Estado de Transnistria.
Las negociaciones con Chisináu para la resolución del conflicto anquilosado fueron intensas, en especial durante los dos primeros años tras el cese de las hostilidades en julio de 1992. Los esfuerzos del Ejecutivo moldavo para ofrecer un estatus especial a Transnistria, similar al otorgado a Gagauzia en 1994, fueron en vano. La proclamación de la Constitución moldava en julio de 1994 fue rechazada por Tiráspol. Transnistria se convirtió entonces en un Estado no reconocido en el escenario internacional con unas instituciones funcionales, aunque dependientes de Rusia, la cual ha mantenido un contingente militar en la región hasta la actualidad.
Para ampliar: “Transnistria, la última frontera soviética”, Adrián Albiac en El Orden Mundial, 2014
El camino de Moldavia tras la independencia no fue un camino de rosas. A los obstáculos territoriales originados por el conflicto quiescente de Transnistria se les sumó la transición de una economía controlada por el Estado a una economía de libre mercado y un descenso poblacional alarmante. Tras el desmantelamiento de la URSS, la pérdida de productividad, la deficiente balanza económica, el elevado precio de la energía y los altos niveles de corrupción coparon el trabajo del Ejecutivo en Chisináu. Esta transición económica se vio obstaculizada, además, por el hecho de que gran parte de la industria moldava estaba —y está— ubicada en Transnistria, que, con tan solo el 10% del territorio del país, llegó a representar más del 40% de su producción industrial.
Aunque la economía moldava alcanzó cierta mejoría a finales de los 90, la entrada en el nuevo siglo fue discreta para la antigua república soviética. Moldavia se convirtió en el país más pobre de toda Europa —estatus que ha mantenido hasta la actualidad— y la población comenzó a emigrar en masa hacia Rusia, la UE y, en menor medida, Israel. En la actualidad, un 25% del PIB moldavo depende única y exclusivamente de las remesas que envían los trabajadores moldavos desde el extranjero —cerca de un millón—, principalmente desde la UE y Rusia.
Vladimir Voronin, líder del Partido Comunista de Moldavia, supo canalizar la maltrecha situación político-económica para salir vencedor en las elecciones de 2001 y 2005 y convertirse en el primer presidente comunista de entre todas las antiguas repúblicas soviéticas. Su llegada al poder se vaticinó como un acercamiento hacia Moscú. Sin embargo, las continuas demandas e injerencias rusas en Transnistria, entre otras razones, provocaron malestar en el Ejecutivo de Chisináu y, ya en la campaña de 2005, Voronin viró su política exterior hacia la UE. La respuesta del Kremlin fue inmediata: a principios de 2006, a sabiendas de la dependencia moldava del gas ruso y de la importancia de la industria del vino —que representa el 7,5% de las exportaciones del país—, Moscú detuvo la venta de gas a Moldavia y bloqueó la importación de vino moldavo. Las guerras del gas comenzaron a aflorar en toda Europa: Ucrania, Bielorrusia y Georgia pasarían por el mismo rodillo.
Para ampliar: “Petróleo y gas al servicio del zar”, Adrián Albiac en El Orden Mundial, 2015
Equilibrio entre la UE y Rusia
En 2009 la llamada Revolución de Twitter, considerada una revolución de colores, atracó en Moldavia y provocó la caída de Voronin del poder. Para disgusto del Kremlin, el Partido Comunista —que ganó las elecciones rozando la mayoría absoluta en unos comicios de dudosa calidad democrática— fue sustituido por una alianza pro integración europea que estableció el acercamiento a la UE como la principal hoja de ruta del nuevo Gobierno. El Ejecutivo de Chisináu buscó acuerdos energéticos con la UE y liberarse así de la alta dependencia del gas ruso. Asimismo, la inversión de la UE en Moldavia se multiplicó, con generosas ayudas económicas en el marco de la Asociación Oriental para reforzar el endeble Estado de derecho.
Para ampliar: “El color llega a los espacios postsoviéticos”, Marcos Ferreira en El Orden Mundial, 2015
En represalia por esta aproximación, Moscú vetó nuevamente la importación de vinos y licores de Moldavia en 2013. Esta advertencia no solo no minó la integración de Moldavia en la UE, sino que la reforzó: meses más tarde, ya en 2014, las afables relaciones entre la UE y Moldavia condujeron a la firma de un acuerdo de asociación que introdujo un área de libre comercio entre las dos partes —lo que alejó aún más la balanza económica de Rusia— y dio lugar a la liberación de visados para los ciudadanos moldavos. Sin embargo, las continuas corruptelas políticas y, en especial, la desaparición de mil millones de dólares del sistema bancario del país —alrededor del 15% del PIB de Moldavia—, que implicaba al por entonces primer ministro moldavo, provocaron el desmoronamiento del Ejecutivo europeísta.
El fraude bancario favoreció el desapego hacia los partidos más europeístas y, por ende, significó un aumento de la popularidad del Partido Socialista de Moldavia (PSRM), más favorable a un viraje de la política exterior hacia Moscú. Finalmente, tras dos años de crisis política, en las elecciones presidenciales de 2016 el líder del PSRM, Ígor Dodon, llegó al poder. Sus acciones hasta ahora han sido guiños muy claros hacia Moscú: desde amenazar con retirar el acuerdo de asociación con la UE a obtener el estatus de país observador en la Unión Económica Euroasiática, fundada e impulsada por Putin. No obstante, muchas de sus acciones se han visto limitadas por el Parlamento, controlado por fuerzas de tinte europeísta.
Para ampliar: “La Unión Económica Euroasiática o la reconstrucción del espacio postsoviético”, Fernando Arancón en El Orden Mundial, 2015
Las últimas elecciones parlamentarias, celebradas el 24 de febrero de 2019, podrían suponer un golpe de timón a la política exterior de Moldavia. Aunque el PSRM salió vencedor de estos comicios, no obtuvo la mayoría absoluta. Los europeístas —el Partido Democrático de Moldavia y ACUM (‘ahora’)— alcanzarían la mayoría absoluta si se uniesen en una coalición, aunque el segundo prometió a su electorado no formar coalición con ninguno de los dos grandes partidos. En este clima de incertidumbre, Dodon, contrario a la idea de una coalición, ya ha sugerido que lo mejor sería la convocatoria de elecciones anticipadas
Independientemente de lo que suceda en los próximos meses, la política exterior de Moldavia tendrá que guardar un equilibrio entre Moscú y la UE, actores indispensables para su economía. Rusia, aunque apenas tiene un peso importante en el ámbito comercial —en contraste con la UE, que representa alrededor de dos tercios de la balanza comercial moldava—, alberga alrededor de medio millón de trabajadores moldavos y controla una gran parte del suministro energético del país.
Un acercamiento excesivo a la UE podría avivar la injerencia rusa en Transnistria y perjudicar directamente la economía moldava con cortes de energía, trabas migratorias o bloqueos a la importación del vino. La UE tendrá, por tanto, que ser muy cuidadosa a la hora de negociar con Moldavia y cuidarse de no desplazar a Rusia de la ecuación económico-política, ya que podría traer graves consecuencias para la antigua república soviética y hacer que una situación similar a la ocurrida en Ucrania se repita en Moldavia.
Para ampliar: “Ucrania, un país dividido”, Pablo Andrés en El Orden Mundial, 2019
Moldavia: entre Rusia y la Unión Europea fue publicado en El Orden Mundial - EOM.