Recuerdo mi primera actuación con mucho cariño, porque era el secreto "desvelado" de mi madre. Yo llevaba todo el curso acudiendo a clases de ballet, sin que mi padre lo supiera. Habían sido días de ir a la modista a preparar el tutú rojo, y de ir a una tiendita en la calle Alfonso, llamada La Parisien para comprar cintas rojas y unas flores blancas que tenían que ir en la cinta de la muñeca y del cuello.
La tarde de la actuación me llevó mi madre un par de horas antes para que me peinaran y pintaran. Ella se quedó en el patio de butacas, hasta que hicieron salir a todas las madres. Me quitaron las gafas, y salí con la música. Una chica y yo estábamos delante, a los lados, haciendo de guía para las otras compañeras, algunas más pequeñas. Ese fue mi inicio, con una variación de Mozart, de apenas dos minutos, pero ¡qué dos minutos!
Después, todos los años, primero con Carmen, después con Emilia (mis directoras) fui bailando distintas variaciones, todas con muchas semanas y meses de preparación, con esfuerzo y muchas ganas. Cada festival era como el primero, los nervios y la felicidad a partes iguales.