Momentos chinos (a la búsqueda de un libro)

Publicado el 08 julio 2013 por Miguelmerino

Hay muchos momentos, quizás todos, de mi viaje a China que no se me olvidarán nunca. O al menos tengo esa impresión. Como no recordar de por vida esa visita a la Gran Muralla, o esos enormes rascacielos de Shanghái, o esa Plaza de Tian’Anmen, o tantos y tantos otros lugares. Pero hay un momento en concreto, que creo que ni un posible Alzheimer conseguiría que olvidara. Siempre que le cuente a alguien mi viaje a China, le contaré esta anécdota.

   Estando en Pekín, se me ocurrió comprar algún libro en chino, pero no se trataba de tener un libro cualquiera escrito en ese idioma Tenía que ser algún libro conocido, a ser posible de un autor español y que yo tuviera en mi biblioteca. Con esta intención me dirigí con Ángela y dos compañeros de viaje: Tere y Kiko, una pareja encantadora de Los Realejos, Tenerife, a una zona comercial de Pekín, en busca de una librería que sirviera a mi propósito. Contaba con la ayuda idiomática de Tere, pues ésta se desenvolvía bastante bien en inglés y nos parecía que con ello sería suficiente, craso error.

   Nuestro guía: Gonzalo, un español que llevaba varios años viviendo en China, nos dirigió, de forma equivocada, a la Librería de Lenguas Extranjeras. Digo que de forma equivocada porque precisamente, allí se vendían libros en todos los idiomas, menos en chino. Luego de preguntar en la calle, en establecimientos etc., llegamos a una librería que constaba de seis plantas. La cueva de Alí Babá para cualquier bibliomaníaco chino. Tere se dirigió a la primera persona que vimos con pinta de dependiente del establecimiento, una chica de sonrisa luminosa, y le indicó en su, para mí, perfecto inglés, lo que pretendíamos. Esta chica, sin abandonar en ningún momento su sonrisa, puso cara de no entender absolutamente nada y nos hizo señas de que aguardásemos un momento. Al poco tiempo, llegó un señor igual de sonriente al que tuvimos que explicar de nuevo nuestros deseos. Luego de que Tere hiciera gala de todos sus conocimientos de inglés mezclados con chicharrero (de Tenerife), el sonriente chino nos indicó que nos dirigiésemos a otra planta distinta de la que estábamos, en la seguridad de aquí allí encontraríamos lo que andábamos buscando. Subimos a dicha planta y nos dirigimos a una hermana gemela, al menos eso nos pareció, de la primera sonriente chica, a la que de nuevo informamos de nuestras intenciones, por supuesto siempre a través del imprescindible inglés de nuestra buena amiga Tere. Nueva cara de no entender absolutamente nada y nueva visita de un sonriente señor, tal vez también hermano del anterior, al que de nuevo con palabras en inglés por parte de Tere, gestos en canarión por parte de Ángela y cara universal de pocos amigos de Kiko y mía pusimos en antecedentes de lo que queríamos. Después de un buen rato de tiras y aflojas, de nuevo nos indicó que no era esa la planta adecuada para nuestras pretensiones y nos dirigió a otra de las plantas, dónde otra vez se volvió a repetir todo el proceso. Recorrimos cada una de las plantas de forma totalmente aleatoria y un número indeterminado de veces.

   Tanto Ángela como Kiko y Tere, me dijeron cada una de las veces que tuvimos que cambiar de planta, que ya digo que fueron bastantes, que cogiera un libro cualquiera de los muchos que estaban en las estanterías y me dejara de gaitas. Eso sí, saliendo por piernas y sin pagar, para compensar un poco tantas penalidades. Pero a mí se me había metido entre ceja y ceja que tenía que ser un libro de las características que había indicado y que no podía ser que en una librería de seis plantas y con al menos cincuenta personas entre dependientes, encargados de planta, reponedores de estanterías y personal de limpieza, no hubiera alguien que consiguiera entendernos un poco y me ofreciera un libro como el que andaba buscando. Después de subir, bajar, volver a bajar, volver a subir, me es imposible recordar en que planta se produjo el milagro y cual de los clones sonrientes se presentó ante mí, pues a esas alturas de la película ya todo el edificio sabía que, aunque la que hablaba era Tere, era yo el sujeto maniático y caprichoso que buscaba la aguja del pajar. Bueno, como decía, uno de los sonrientes clones se presentó ante mí, con la mandíbula inferior totalmente descolgada de lo mucho que había ampliado su ya de por sí gran sonrisa y puso ante mis ojos, un ejemplar en chino de Don Quijote de la Mancha.

   La gigantesca sonrisa del chino estaba mas que justificada y creo que fue debidamente correspondida por mi parte con otra, que no creo que le desmereciese, ni en tamaño, ni en luminosidad. Dimos por bien empleada la tarde dedicada a este menester y por el módico precio de 3,50 € me hice con este para mí exótico ejemplar de nuestra mas importante obra literaria.

   Así fue como, sin premeditación ni alevosía, inicié mi colección de Quijotes en las distintas lenguas en las que ha sido publicado, así como otras versiones curiosas, y que gracias a mis amigos, poco a poco va creciendo.