Ahora que los timbres han dejado de sonar y los correos de gotear, me refugiaré en los rincones para escribir sobre lo secreto, y su poder transfigurador. En los rincones de los bares y playas que frecuente, o al resguardo de una roca escondida entre muchas, o a la sombra de una palmera que me cobije cuando todo el mundo sestee. Y la intuición de inicio es que lo secreto esconde, y al esconder protege, pero también nos abre al otro de una manera distinta. Lo secreto, considerado como lo que oculta y guarda, sostiene, estabiliza, contiene fuerzas que, de desatarse, producirían un grave quebranto. Secretos ancestrales, como el secreto de la lámpara, de la caverna o el del grial, dividen el mundo antiguo en poderosos y súbditos, sabios e ignorantes, bienaventurados y extraviados. Cuenta Chantal Maillard en “Secretos y misterios” que ya en culturas primitivas los rituales de iniciación se mantenían en secreto. El secreto protege el ritual en sí, su posibilidad y, con ello, el modo estamental de organizarse la sociedad y el sentido de la existencia para la tribu y el individuo. ¡Casi nada!