A veces puede ocurrir que estés sentada en una terraza en la orilla del mar tomando un Albariño con tus amigas Krys y Bea, mientras el sol del ocaso te arropa en una fresca tarde de agosto que no estaba planeada, y ellas cuentan alguna cosa graciosa, como siempre, y tú te fijas en las barcas, te llenas de aire gallego y las miras, y piensas en los kilómetros que han recorrido contigo para ver qué había después...
O a veces está Pau en tu casa un martes y habláis de lo que no puede ser y de lo que sí, y te sientes achuchada cada vez que dice cualquier cosa con esa sonrisa tan dulce y esos ojillos guiñaos...
O puede que simplemente estés en silencio el sábado en tu sofá, un rayito se sol atraviese la estancia y te sienta de lo más a gustito en esa paz de tu casa.
A esos destellos de felicidad yo los llamo momentos de calidad, y los últimos se han dado alrededor de la mermelada de piquillos que descubrí para Navidad en Es pan comido.
Se pone todo en un cacito y a hervir. Cuando empieza a espesar se retira y se vierte en un tarro de cristal. Si para la ocasión, ya que te pones, te decoras como tú sabes unos botes reciclados y le plantas una etiqueta mona, puedes quedar mucho más que estupendamente, qué te diría yo, pues como una amita de casa rubita y fina americana de los 50, por ejemplo.
Por un martes con un momento de calidad.