Nadie, ni personal ni moralmente, impide al presidente de Extremadura visitar a quien desee y le satisfaga, siempre y cuando sepa distinguir entre asuntos privados y públicos, incluso en horas laborales, porque para algo tiene dedicación exclusiva. Sin embargo, cargar en la tarjeta del Senado los gastos de sus escapadas a las Islas Afortunadas como si fuesen asuntos institucionales, es de mala cabeza, comprensible por el ofuscamiento sentimental pero imperdonable desde la ética de la gestión pública. Y ahí es donde llueve sobre mojado, ya que si de lo que están hartos los españoles, no es de bajas pasiones, sino de que hasta los monaguillos sisen del cepillo.
El dispendio y el saqueo del dinero de los contribuyentes no distingue ya de cuantificaciones, sino de decencia. Es indecente robar mil millones por la cara como 30.000 euros por placer. En estas profundidades del lodazal en el que nos ha hundido la falta de decencia en la “cosa pública”, no se admiten ya ni perdones ni arrepentimientos a moco tendido. Lo único que exige la gente a la que obligan pagar todas esas “facturas” de los indecentes y los manirrotos es la devolución de lo escamoteado, el castigo de los culpables y recobrar el respeto y la virtud en la administración de lo que es de todos, con más rigor que si fuera propio.
Y si el monaguillo engaña a la iglesia, que no corra a cuenta de los feligreses, sino que la diócesis lo expulse y le haga devolver lo rapiñado en las obras de caridad, para que el cura pueda seguir dispensándolas. Monago ha pecado como un monaguillo y ha de ser castigado porque la parroquia ya no tolera más escándalos, ni mortales ni veniales.