11 noviembre 2014 por Ana Prieto
Una y otra vez se repite. Una y otra vez la tentación de huir hacia delante, salir por la tangente o escurrir el bulto es la opción escogida. Una y otra vez, la misma historia en la vida pública y en el ámbito privado.
¿Cuándo aprenderemos la lección?
¿Qué te ha sentado peor: el uso inadecuado de fondos públicos protagonizado por el presidente del Gobierno de Extremadura, José Antonio Monago, o la mentira mal urdida para justificar un gasto éticamente inadecuado, aunque no ilegal?
El propio Monago y algunos de sus compañeros del PP colaboraron en difundir una justificación mal enarbolada, incoherente y carente del mínimo sentido, en vez de, ante la evidencia, coger aire y afrontar públicamente lo sucedido con la mínima gallardía y coherencia que se le presupone a cualquier persona respetuosa y sensata.
El gasto de dinero público en costear viajes a Canarias con fines totalmente desvinculados de su actividad pública en la etapa de Monago como senador no es ilegal, aplicando la normativa vigente, aunque sí éticamente bastante dudoso y reprochable.
Lo que más llama la atención, por lo lamentable que resulta, es que en este país tengamos que llegar a escribir y darle valor normativo dentro del ordenamiento jurídico a un texto de este cariz: “en el ejercicio de un cargo público, no se deben usar recursos de todos los españoles para ir a visitar a un amigo o amiga durante el fin de semana, ni para viajes de descanso, ni para ir a ver a la bisabuela María al pueblo, ni para bodas, bautizos o comuniones privadas”.
Tengo la impresión de que, a la corta y a la larga, va a ser más productivo llamar a Supernanny y que repase con algunos representantes y gestores públicos, -por suerte no todos, sólo algunos- las normas básicas de conducta cívica.
Seguro que Supernnany tiene a mano alguna de sus famosas cartulinas de “Normas para educación infantil”:
- Respetar a los demás
- No coger las cosas sin permiso
- Cuidar el material común
- Decir siempre la verdad
- Reconocer los errores
- Asumir las consecuencias
- Pedir perdón con sinceridad y coherencia
Las consecuencias en casos de corruptelas de este tipo siempre son peores y más dolorosas para todos los afectados, personas públicas y privadas, cuando se oculta la verdad o se opta por escapar de la situación por un atajo, en vez de, desde el primer momento, ser claros y asumir las consecuencias de nuestros actos.
Lamentable el acto en sí, pero igual de penoso o más es la falta de gallardía generalizada que existe en este país para afrontar sin dilación y sin tapujos la verdad y con responsabilidad las consecuencias que deriva la equivocación cometida. Carecemos de una educación general en valores cívicos. De todo hay, cierto. Pero la mayoría de nosotros, asegura apriori que posee el valor suficiente para asumir ciertos riesgos en la vida. La verdad es que, cuando nos pasamos de frenada, optamos por afirmar que había aceite en la pista antes de reconocer con humildad que no supimos leer bien la trazada o frenar a tiempo.
¡Así nos va!