La monarquía es una institución necesaria en nuestro régimen político, pero como reza el dicho, la mujer del César no solo ha de ser virtuosa, sino parecerlo. Sorprende el fervor republicano de algunos progresistas, especialmente entre los líderes de las formaciones emergentes, que simultáneamente ponen como modelo a los países nórdicos, la mayoría de ellos, monarquías similares a la española. Bien es cierto que somos diferentes, y asistimos atónitos a cacerías reales, princesas alemanas con especiales relaciones, yernos empresarios con influencias dudosas, princesas ignorantes y una reina periodista que, de vez en cuando, y tal vez como secundarismo crónico de su antigua profesión, habla en demasía. La renovación en el trono puede conseguir recuperar en parte, la imagen institucional de la monarquía, pero los amigos imputados a quienes se envían mensajes de móvil, increpar a cierto comensal en un restaurante por creer que estaba siendo retratada y un largo etcétera, son hechos que no ayudan a despejar el difícil camino que tiene ante sí nuestro actual rey, D. Felipe VI.