Desde entonces y hasta el año 1835 en que hubieron de abandonar el edificio como consecuencia de las leyes desamortizadoras, los benedictinos fueron sus moradores.
En el año 1860 el Gobierno cedió el monasterio a la Orden de Predicadores, que lo destinó a la formación de sus miembros primero y, desde el año 1957, en que se convirtió en instituto laboral, a la de numerosos jóvenes de la comarca que allí recibieron la enseñanza secundaria y profesional.
Desde su fundación han pasado cerca de mil años, en el transcurso de los cuales el monasterio, primero benedictino y luego dominico, ha vivido momentos de esplendor, llegando a ser el señorío monástico más importante del occidente asturiano con un patrimonio que ocupaba buena parte de los concejos de Allande, Tineo y Cangas del Narcea, extendiéndose por el norte hasta el Cantábrico y por el sur hasta la ciudad de León. Tuvo que afrontar también algunos infaustos sucesos, como el incendio que asoló el edificio a mediados del siglo XVIII.
Mil años son muchos, incluso para un monasterio, y el aspecto que muestra en la actualidad nada tiene que ver con el original. Lo que hoy podemos contemplar es una construcción fabulosa, tanto por sus dimensiones –un gran paralelogramo de base rectangular que cuenta con un perímetro de unos 350 metros–, como por su importancia arquitectónica, siendo una de las construcciones neoclásicas más importantes de la región, tras cuya fachada se oculta la iglesia, único elemento que se salvó del incendio y que está considerado el mejor exponente del clasicismo en Asturias.
Tras las últimas obras y convertido ya en Parador Nacional, lo que en la actualidad puede contemplar el visitante, aparte de la fachada exterior, claro está, no es poco: la iglesia, la sacristía y el claustro.
La iglesia es, sin duda, el elemento más destacado del conjunto: todo parece estar pensado y medido para encontrar la perfección. Los entendidos hablan de un cuidado sistema de proporciones y de una perfecta iluminación. La influencia del monasterio de El Escorial parece evidente para todos.
Para completar y resaltar la obra arquitectónica compuesta por elementos de gran valor artístico como la fachada, considerada uno de los mejores ejemplos de este tipo en el norte de España, las pilastras dóricas o la cúpula, la iglesia cuenta con un fastuoso conjunto de retablos barrocos en los cuales, además de albergar la imagen de San Juan Bautista y otras más propias de la liturgia, también encontramos numerosos recuadros con relieves relativos a la fundación y construcción del monasterio. Digno de mención es también el conocido como Cristo de Corias que se conserva en una de las capillas laterales. Se trata de una escultura en madera policromada que data del siglo XII.
En cuanto al claustro, decir que, desaparecido el primitivo de estilo románico, el actual es obra que sigue, como el resto del edificio, los dictados del neoclasicismo. Aparte de la elegancia de sus proporciones que no desentonan con las vistas de la linterna de la iglesia, llama la atención la araucaria centenaria que se eleva majestuosa presidiendo el patio.
La visita al monasterio de Corias, al que muchos han llamado El Escorial asturiano, es una opción muy tentadora pues permite al visitante disfrutar de la belleza arquitectónica y escultórica que atesora, al tiempo que deambular por un escenario de gran importancia en la historia del sur-occidente. asturiano.
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